
Por momentos parece el Ulises de Joyce, pero con humor, sátira, pathos. Por otros momentos se acerca al mucho más mainstream (y amigo suyo, y gran escritor pero aún así inferior por mérito del virtuosismo de DFW) Jonathan Franzen de "Las Correcciones", y el resto del tiempo parece un esquizofrénico o un adicto que no sabe muy bien por dónde va pero cuyo tránsito sigue siendo completamente disfrutable.
Me pasó con Infinite Jest lo que no me pasaba hace mucho con un libro: encontrarme citando partes textuales del libro, o parafraseando ideas o discursos de los muchos que plagan la novela, para el completo aburrimiento de los que me rodean. Es que Infinite Jest es un tour de force, y no se puede transmitir si no es directamente, experimentándolo. La fuerza de sus ideas está unida a la fuerza de su prosa.
La cantidad de tramas, personajes secundarios y temas en Infinite Jest son legendarios. Pero en el fondo, trata sobre dos grandes temas, la adicción y el entretenimiento, con los que DFW capturó como ningún otro el zeitgeist americano de fines del siglo XX y comienzos del XXI. Pero además trata sobre la incomunicación, sobre familias abusivas (¿el amor y la comprensión extrema por parte de los padres, el exceso de comunicación también es una forma de abuso?), sobre el deporte como actividad robótica y sin sentido (a la vez que bella), sobre las diversas maneras que inventa la gente para esconderse de sus demonios, más o menos literales (el adicto es un cobarde irredimible, dice Wallace).
DFW, además de escribir más de mil páginas en este estilo, subvierte el uso de las notas al pie (hay 388 notas) al punto de incluir puntos claves de la trama y el equivalente a capítulos enteros dentro de las notas al pie, con lo cual si uno no les presta atención, se pierde puntos esenciales del libro, y algunas de sus digresiones más interesantes.
Pero el peor crimen que comete Wallace contra las buenas costumbres novelísticas es el de dar toda la impresión de estar confluyendo las tramas paralelas hacia una conclusión/epifanía/conflagración, y en lugar de eso terminar la historia abruptamente, dejar el equivalente a media novela en el vacío, de manera que me encontré terminando el libro a la 1 am pero volviendo atrás a los primeros capítulos a buscar los indicios de qué debe haber pasado en la conclusión que no existe. Y aún así, haciendo algo que al lector promedio le daría por las pelotas (y seamos honestos, un lector promedio no pasaría de las primeras 20 páginas de Infinite Jest, así que DFW está en todo su derecho a hacerle lo que quiera al lector porque sabe que es un lector que, si llega al final, para ese entonces ya lo ama y es capaz de perdonarle todo, incluso su despecho), es imposible no admirar lo que logra, y rendirse de intentar encontrarle un sentido final a todo.
Al fin y al cabo, como el Entretenimiento que tanto buscan sus personajes (o las drogas), no necesariamente tiene que ser una experiencia placentera durante todo su uso. Puede ser deliciosa y terrible, pero lo importante es que nos aleje del mundo, y David Foster Wallace lo logra, pero no por el escapismo si no por un involucramiento total en el mundo que nos hace verlo quirúrgicamente, como un objeto, y analizar las emociones de los personajes (o su falta robótica de las mismas) como epifenómenos de nuestras propias carencias.