Tratar de hacer una reseña de "Infinite Jest" es una tarea casi tan titánica como leerlo, e infinitamente menor a la complejidad de escribir este libro. Me tomó varios meses y mucha paciencia, e incluso a través de los momentos más graciosos (que hay muchos) o de los más densos (que también los hay, pero lo que tienen de densos lo terminan pagando con creces en cuanto a la cantidad de información y técnica puesta en ellos), uno se queda con la sensación de que David Foster Wallace es un genio como sólo surgen cada 100 años.
Por momentos parece el Ulises de Joyce, pero con humor, sátira, pathos. Por otros momentos se acerca al mucho más mainstream (y amigo suyo, y gran escritor pero aún así inferior por mérito del virtuosismo de DFW) Jonathan Franzen de "Las Correcciones", y el resto del tiempo parece un esquizofrénico o un adicto que no sabe muy bien por dónde va pero cuyo tránsito sigue siendo completamente disfrutable.
Me pasó con Infinite Jest lo que no me pasaba hace mucho con un libro: encontrarme citando partes textuales del libro, o parafraseando ideas o discursos de los muchos que plagan la novela, para el completo aburrimiento de los que me rodean. Es que Infinite Jest es un tour de force, y no se puede transmitir si no es directamente, experimentándolo. La fuerza de sus ideas está unida a la fuerza de su prosa.
Por momentos parece el Ulises de Joyce, pero con humor, sátira, pathos. Por otros momentos se acerca al mucho más mainstream (y amigo suyo, y gran escritor pero aún así inferior por mérito del virtuosismo de DFW) Jonathan Franzen de "Las Correcciones", y el resto del tiempo parece un esquizofrénico o un adicto que no sabe muy bien por dónde va pero cuyo tránsito sigue siendo completamente disfrutable.
Me pasó con Infinite Jest lo que no me pasaba hace mucho con un libro: encontrarme citando partes textuales del libro, o parafraseando ideas o discursos de los muchos que plagan la novela, para el completo aburrimiento de los que me rodean. Es que Infinite Jest es un tour de force, y no se puede transmitir si no es directamente, experimentándolo. La fuerza de sus ideas está unida a la fuerza de su prosa.
David Foster Wallace hace algo impensable: se caga, soberanamente, en todas las "buenas prácticas", en la legibilidad, en las reglas (algunas escritas, otras sobreentendidas) de los grandes escritores pragmáticos (Hemingway, p.ej) y repetidas infinitamente por editores y escritores menores. Básicamente, siempre dicen que hay que ser concreto, que el lenguaje no se tiene que entrometer en el relato, que hay que dejar la menor cantidad de indicios del paso del escritor por el texto, que hay que respetar cadencias, niveles de importancia de la oración, que no hay que describir si no contar con la más aséptica resignación. DFW, básicamente, ignora todo eso, y lo que en un escritor menor se convertiría en auto-referencialidad, dispersión del lector y debilitamiento de la trama, se convierte con él en la fortaleza que lleva adelante al texto. Si a DFW se le hubiera ocurrido escribir este libro con una prosa "mainstream" (no creo que hubiera podido porque su prosa está unida inevitablemente a sus tópicos...) hubiera perdido al lector a las 50 páginas. Al tener una prosa tan inteligente, tan absolutamente absorbente, graciosa, brillante y delirante, el lector tiene la seguridad de que por más que esté en un tramo más "aburrido", la prosa lo va a llevar inevitablemente hasta un lugar mejor. Como un surfista flotando sabiendo que la ola siguiente va a ser la correcta.
Quizás el único otro escritor comparable con DFW sea Thomas Pynchon. Son muy diferentes, pero son los únicos con los que un escritor como yo siente que hay un abismo enorme. Uno puede llegar a ser un Franzen, un Auster. Uno los lee y piensa "yo podría escribir eso". Son tipos muy inteligentes y hábiles, pero que difícilmente tengan la virtuosidad de los otros dos, DFW por su prosa, Pynchon por su meticulosidad y ambición de enciclopedista.
La cantidad de tramas, personajes secundarios y temas en Infinite Jest son legendarios. Pero en el fondo, trata sobre dos grandes temas, la adicción y el entretenimiento, con los que DFW capturó como ningún otro el zeitgeist americano de fines del siglo XX y comienzos del XXI. Pero además trata sobre la incomunicación, sobre familias abusivas (¿el amor y la comprensión extrema por parte de los padres, el exceso de comunicación también es una forma de abuso?), sobre el deporte como actividad robótica y sin sentido (a la vez que bella), sobre las diversas maneras que inventa la gente para esconderse de sus demonios, más o menos literales (el adicto es un cobarde irredimible, dice Wallace).
La cantidad de tramas, personajes secundarios y temas en Infinite Jest son legendarios. Pero en el fondo, trata sobre dos grandes temas, la adicción y el entretenimiento, con los que DFW capturó como ningún otro el zeitgeist americano de fines del siglo XX y comienzos del XXI. Pero además trata sobre la incomunicación, sobre familias abusivas (¿el amor y la comprensión extrema por parte de los padres, el exceso de comunicación también es una forma de abuso?), sobre el deporte como actividad robótica y sin sentido (a la vez que bella), sobre las diversas maneras que inventa la gente para esconderse de sus demonios, más o menos literales (el adicto es un cobarde irredimible, dice Wallace).
En el medio del relato, hay digresiones completamente brillantes sobre temas tan variados como: el necesario y eficiente lavado cerebral de organizaciones como AA (alcohólicos anónimos), el desternillante discurso sobre los peligros de la videofonía/videollamada, los variados efectos de drogas mayormente legales, las raíces de los traumas paternos, las reglas estéticas del tenis, y mucho más. Uno siente que aprende cosas del mundo a través de DFW, aunque sea un mundo distópico en el que EEUU es un tigre de papel que se va deshilachando, y sus habitantes son, a ojo de un observador canadiense, no más que idiotas capaces de dar su vida por el entretenimiento perfecto, aquél que les quite toda otra necesidad, y capaces de ignorar el daño al prójimo con tal de asegurarse un poquito más de comodidad.
DFW, además de escribir más de mil páginas en este estilo, subvierte el uso de las notas al pie (hay 388 notas) al punto de incluir puntos claves de la trama y el equivalente a capítulos enteros dentro de las notas al pie, con lo cual si uno no les presta atención, se pierde puntos esenciales del libro, y algunas de sus digresiones más interesantes.
DFW, además de escribir más de mil páginas en este estilo, subvierte el uso de las notas al pie (hay 388 notas) al punto de incluir puntos claves de la trama y el equivalente a capítulos enteros dentro de las notas al pie, con lo cual si uno no les presta atención, se pierde puntos esenciales del libro, y algunas de sus digresiones más interesantes.
Otra de las muchas transgresiones de DFW es el de presentar muchísimos personajes secundarios de dudosa influencia en el resto de la novela, algunos con capítulos enteros dedicados a ellos y apenas una mención en el resto de la novela, haciendo un montón de arranques en falso, con lo que el lector ya no sabe quién es importante y quién no, o si meramente están allí a título ilustrativo (mediante repetición o variación) de los distintos tipos de adicciones o traumas que es posible que tenga un ser humano.
Pero el peor crimen que comete Wallace contra las buenas costumbres novelísticas es el de dar toda la impresión de estar confluyendo las tramas paralelas hacia una conclusión/epifanía/conflagración, y en lugar de eso terminar la historia abruptamente, dejar el equivalente a media novela en el vacío, de manera que me encontré terminando el libro a la 1 am pero volviendo atrás a los primeros capítulos a buscar los indicios de qué debe haber pasado en la conclusión que no existe. Y aún así, haciendo algo que al lector promedio le daría por las pelotas (y seamos honestos, un lector promedio no pasaría de las primeras 20 páginas de Infinite Jest, así que DFW está en todo su derecho a hacerle lo que quiera al lector porque sabe que es un lector que, si llega al final, para ese entonces ya lo ama y es capaz de perdonarle todo, incluso su despecho), es imposible no admirar lo que logra, y rendirse de intentar encontrarle un sentido final a todo.
Al fin y al cabo, como el Entretenimiento que tanto buscan sus personajes (o las drogas), no necesariamente tiene que ser una experiencia placentera durante todo su uso. Puede ser deliciosa y terrible, pero lo importante es que nos aleje del mundo, y David Foster Wallace lo logra, pero no por el escapismo si no por un involucramiento total en el mundo que nos hace verlo quirúrgicamente, como un objeto, y analizar las emociones de los personajes (o su falta robótica de las mismas) como epifenómenos de nuestras propias carencias.
Pero el peor crimen que comete Wallace contra las buenas costumbres novelísticas es el de dar toda la impresión de estar confluyendo las tramas paralelas hacia una conclusión/epifanía/conflagración, y en lugar de eso terminar la historia abruptamente, dejar el equivalente a media novela en el vacío, de manera que me encontré terminando el libro a la 1 am pero volviendo atrás a los primeros capítulos a buscar los indicios de qué debe haber pasado en la conclusión que no existe. Y aún así, haciendo algo que al lector promedio le daría por las pelotas (y seamos honestos, un lector promedio no pasaría de las primeras 20 páginas de Infinite Jest, así que DFW está en todo su derecho a hacerle lo que quiera al lector porque sabe que es un lector que, si llega al final, para ese entonces ya lo ama y es capaz de perdonarle todo, incluso su despecho), es imposible no admirar lo que logra, y rendirse de intentar encontrarle un sentido final a todo.
Al fin y al cabo, como el Entretenimiento que tanto buscan sus personajes (o las drogas), no necesariamente tiene que ser una experiencia placentera durante todo su uso. Puede ser deliciosa y terrible, pero lo importante es que nos aleje del mundo, y David Foster Wallace lo logra, pero no por el escapismo si no por un involucramiento total en el mundo que nos hace verlo quirúrgicamente, como un objeto, y analizar las emociones de los personajes (o su falta robótica de las mismas) como epifenómenos de nuestras propias carencias.