Platalandia
O, cómo contar la historia alterna de una realidad que supera la ficción en un país que no es precisamente el de las maravillas.
Mapa de Platalandia
100%
Primer draft terminado. En proceso de revisión.
Fragmentos de un estudio sociohistórico de Platalandia
El Gerente
El gerente general (CEO) de Platalandia, Marcelo T. de Ceylán, era un presentador de tv muy conocido, que seguía con sus tranmisiones en vivo todos los martes desde su departamento en Puerto Norte. Había ganado en unas elecciones históricas sólo comparables con las de Eisenhower, con una táctica similar. Bajo el slogan de “Conocelo a Marcelo” y una estrategia basada en invitar a su programa a sus opositores políticos y hacerlos competir en un concurso de monólogos humorísticos, género en el cual era impensable que él no ganara dados sus años de mímica actoral de Tato Bores, Marcelo hizo olvidar a todo el mundo el verbo extirpado del slogan, aquel que inconscientemente había llevado a más de un dignatario a saludarlo a la japonesa, y a todo un pueblo, o mejor dicho a un montón de personas, a la más completa acquiescencia, sin darse cuenta de los componentes freudiano/BDSM del asunto. Era curioso que un método de gobierno que profesaba buscar el bienestar de sus accionistas no intentara, de vez en cuando, hacer algo tendiente a ese objetivo. Pero es que los que habían intentado desactivar el complejo entramado de intereses y matufias que conformaban el intestino grueso del poder en Platalandia habían descubierto que era una tarea afín a operar a una ballena de insuficiencia renal, rodeado al mismo tiempo de una ‘turba’ de tiburones que lo llevaban a uno a cuestionarse su eleccion de carrera, al verse a sí mismos sin herramientas y darse cuenta que tampoco tenían manos si no aletas, con lo que su inevitable asimilación al futuro banquete quedaba tristemente clara para todos los observadores. Con lo cual la pretendida operación terminaba pareciéndose más a un facelift, pero con cachalotes, y quedaba suficiente carne del vientre para desparramar sobre los huesos para dar la apariencia de bienestar.
Por eso la asamblea de accionistas lanzaba anualmente la encuesta de satisfación(tm) (sic, con una “c”) que había demostrado enfáticamente para su tercera edición que el 97,6% de los habitantes estaba satisfecho, mediante el simple método de incluir una sola pregunta refraseada treinta veces, pero todas variaciones de la pregunta: “¿usted cree que está mejor que antes?”, que entre el cansancio de tachar la respuesta correcta treinta veces y el hecho de que la casilla de “no” quedaba en la otra punta de la hoja”, comparado con lo cómodo y cercano del “sí”, sumado a que el “antes” era una figura tan ambigua y temporalmente dislocada además de ser confusamente explicada en las clases de historia y los diarios, dieron en la primera edición un total de 67% de satisfechos, más un 23% de insatisfechos y un 10% de confusos. Para la tercera edición, y gracias al efecto placebo de los que empezaban a verse a sí mismos como fallados o crónicamente insatisfechos ante la contundente evidencia de la satisfacción generalizada, la aguja (literal) se movía hacia el predicho 97,6% de satisfacción, con un 2,4% conformado por no videntes (no había versión braille porque eso complicaba el esquema de tachar casilleritos) y por gente que inexplicablemente explotaba en lágrimas al leerlo, muchos de ellos presumiblemente estudiosos de la estadística y la sociología.
Por eso la asamblea de accionistas lanzaba anualmente la encuesta de satisfación(tm) (sic, con una “c”) que había demostrado enfáticamente para su tercera edición que el 97,6% de los habitantes estaba satisfecho, mediante el simple método de incluir una sola pregunta refraseada treinta veces, pero todas variaciones de la pregunta: “¿usted cree que está mejor que antes?”, que entre el cansancio de tachar la respuesta correcta treinta veces y el hecho de que la casilla de “no” quedaba en la otra punta de la hoja”, comparado con lo cómodo y cercano del “sí”, sumado a que el “antes” era una figura tan ambigua y temporalmente dislocada además de ser confusamente explicada en las clases de historia y los diarios, dieron en la primera edición un total de 67% de satisfechos, más un 23% de insatisfechos y un 10% de confusos. Para la tercera edición, y gracias al efecto placebo de los que empezaban a verse a sí mismos como fallados o crónicamente insatisfechos ante la contundente evidencia de la satisfacción generalizada, la aguja (literal) se movía hacia el predicho 97,6% de satisfacción, con un 2,4% conformado por no videntes (no había versión braille porque eso complicaba el esquema de tachar casilleritos) y por gente que inexplicablemente explotaba en lágrimas al leerlo, muchos de ellos presumiblemente estudiosos de la estadística y la sociología.
La Ley en Platalandia
El único sistema que todo el mundo en Platalandia sabía que estaba libre de corrupción era el sistema judicial-penal. Esa maravilla de la transparencia se había logrado con el aporte de un equipo interdisciplinario de juristas, constitucionalistas, estadísticos y sociólogos funcionalistas, más algunos aportes menos publicitados pero igualmente valiosos de miembros de las distintas organizaciones civiles con fines de lucro paralegales, o matufias en vernáculo, para asegurar el mayor nivel de acatamiento y satisfacción posible. Al cabo de diez maratónicas horas, lograron destilar toda sanción o pena a una simple ecuación con variables predefinidas y tabuladas, creando así en efecto el primer sistema jurídico-matemático del mundo, innovando una vez más en un campo de reconocida aversión por la novedad. La ecuación, así como el sistema de correspondencias de las variables, se vieron filtrados por alguno de los miembros con la intención presumible de hacer caer la iniciativa. Pero una vez hecho de público conocimiento, y pasada la indignación inicial y las tibias protestas en las calles por parte de los ciudadanos que retenían aún cierto talento para la indignación, y viendo que el proyecto seguía adelante y que su funcionamiento era, a pesar de las objeciones, completamente transparente en esencia, a costo de legitimar ciertas verdades a gritos pero bué, la mayoría silenciosa volvió a hacer lo que mejor sabía y con su pasividad alentó a los jueces más dubitativos a dejar de lado los libros y la compleja jurisprudencia y a tomar dos o tres tablitas y una regla y calculadora para proceder a destrabar los miles de casos que atentaban contra la integridad estructural de archivadores y depósitos de juzgados a todo lo ancho y largo de Platalandia.
La ecuación, más allá de una reforma posterior para su aplicación discriminada a los extranjeros, era ésta:
Pena = (Productividad[alfa] + Daño) . Mediatización
Donde
Productividad[alfa] = (-1).(IngresoDirecto + ValorGenerado + CostoReemplazo)
Y
Daño = ProductividadPerdida[omega] . Dispersión . Aborrecibilidad
Y
Mediatización = Cobertura . Impacto
en el que
[alfa]=victimario y [omega]=víctima
El único problema discernible con dicha esquematización fue la proliferación de especuladores. El hecho de poder calcular, con un mínimo de error, la pena proporcional a, por ejemplo, robar un auto, llevaba a muchas personas de ética fluctuante a cálculos de costo-beneficio y ROI (1) sumamente impresionantes en gente con casi nula tendencia y pasado algebraico, lo que aumentó las matrículas de diversas escuelas nocturnas, pero no logró lo mismo con la asistencia, no casualmente, de los alumnos con propensión a subestimar el riesgo de captura.
Otra consecuencia inusitada fue la despenalización de facto, tanto del consumo como del comercio de drogas, que si bien seguían siendo ilegales por un tecnicismo, al no poder asignar un Daño a un tercero en la ecuación, los jueces desestimaban las penas sumariamente. Pero no al grado de que se vendieran drogas libre y campantemente, porque si, por ejemplo, un adicto idiotizado chocaba su auto contra el frente de un jardín de infantes matando a una docena de niños con delantales, tanto el conductor como el vendedor de sus sustancias eran pasibles de una pena estratosférica, principalmente por la M de la ecuación. Así que nadie se ocultaba como antes, pero tampoco había luces de neón afuera de los tugurios de droga. Sí habían por lo general unos folletos de otros kioscos, para que en caso de que algún cliente se mandara alguna cagada, el folleto bien colocado en su bolsillo redirigiera la culpa a otros mercaderes. Así que el dealer típico igual vivía con miedo constante a la cárcel por ser solidariamente responsable de un sinnúmero de crímenes, con lo que una cantidad creciente de ellos empezaron a aconsejar a sus clientes en cuanto a sus elecciones de vida, estrategias de control de daño, medios alternativos de conseguir dinero para el Producto, empleabilidad, artes y oficios, etc. Con lo que un número no desestimable de dealers se vieron tentados espiritualmente hacia el sacerdocio o el trabajo social, fuera por razones pragmáticas de riesgo-beneficio o por eso de que si uno actúa X rol por determinado tiempo, la X se asienta en algún lado del lóbulo frontal y uno se vuelve indistinguible de aquello que viene imitando.
1. ROI: retorno sobre la inversión, en yanqui.
La ecuación, más allá de una reforma posterior para su aplicación discriminada a los extranjeros, era ésta:
Pena = (Productividad[alfa] + Daño) . Mediatización
Donde
Productividad[alfa] = (-1).(IngresoDirecto + ValorGenerado + CostoReemplazo)
Y
Daño = ProductividadPerdida[omega] . Dispersión . Aborrecibilidad
Y
Mediatización = Cobertura . Impacto
en el que
[alfa]=victimario y [omega]=víctima
El único problema discernible con dicha esquematización fue la proliferación de especuladores. El hecho de poder calcular, con un mínimo de error, la pena proporcional a, por ejemplo, robar un auto, llevaba a muchas personas de ética fluctuante a cálculos de costo-beneficio y ROI (1) sumamente impresionantes en gente con casi nula tendencia y pasado algebraico, lo que aumentó las matrículas de diversas escuelas nocturnas, pero no logró lo mismo con la asistencia, no casualmente, de los alumnos con propensión a subestimar el riesgo de captura.
Otra consecuencia inusitada fue la despenalización de facto, tanto del consumo como del comercio de drogas, que si bien seguían siendo ilegales por un tecnicismo, al no poder asignar un Daño a un tercero en la ecuación, los jueces desestimaban las penas sumariamente. Pero no al grado de que se vendieran drogas libre y campantemente, porque si, por ejemplo, un adicto idiotizado chocaba su auto contra el frente de un jardín de infantes matando a una docena de niños con delantales, tanto el conductor como el vendedor de sus sustancias eran pasibles de una pena estratosférica, principalmente por la M de la ecuación. Así que nadie se ocultaba como antes, pero tampoco había luces de neón afuera de los tugurios de droga. Sí habían por lo general unos folletos de otros kioscos, para que en caso de que algún cliente se mandara alguna cagada, el folleto bien colocado en su bolsillo redirigiera la culpa a otros mercaderes. Así que el dealer típico igual vivía con miedo constante a la cárcel por ser solidariamente responsable de un sinnúmero de crímenes, con lo que una cantidad creciente de ellos empezaron a aconsejar a sus clientes en cuanto a sus elecciones de vida, estrategias de control de daño, medios alternativos de conseguir dinero para el Producto, empleabilidad, artes y oficios, etc. Con lo que un número no desestimable de dealers se vieron tentados espiritualmente hacia el sacerdocio o el trabajo social, fuera por razones pragmáticas de riesgo-beneficio o por eso de que si uno actúa X rol por determinado tiempo, la X se asienta en algún lado del lóbulo frontal y uno se vuelve indistinguible de aquello que viene imitando.
1. ROI: retorno sobre la inversión, en yanqui.
La Política de Platalandia
Lo que finalmente posibilitó la caída del sistema y la emergencia de Platalandia fue el colapso del sistema de partidos políticos. El “cómo” sigue siendo debatido, pero todas las corrientes tienden a coincidir en algunos puntos esenciales, dícese:
1) Del proceso complejo de vaciamiento y homogeneización de los partidos existentes, que fueron víctimas de una lógica inabordable, en la cual ante el creciente temor a ser considerados “fachos” o “derechosos”, por obvios motivos histórico-traumáticos, los partidos con un mínimo de representatividad evitaban con temor rayano en lo religioso cualquier mención o acción que pudiera ser interpretado o tergiversado como tal, lo cual llevó a dos consecuencias desastrosas.
1) Del proceso complejo de vaciamiento y homogeneización de los partidos existentes, que fueron víctimas de una lógica inabordable, en la cual ante el creciente temor a ser considerados “fachos” o “derechosos”, por obvios motivos histórico-traumáticos, los partidos con un mínimo de representatividad evitaban con temor rayano en lo religioso cualquier mención o acción que pudiera ser interpretado o tergiversado como tal, lo cual llevó a dos consecuencias desastrosas.
- Que al no encontrar un espacio propio en el cual manifestar sus más primarios impulsos retrógrados y omnifóbicos, aquellos de natural inclinación dextral terminaban ocupando el lugar más lejano del espectro político (comulgando con los pariahs variopintos de encías espumosas y predilección por las cruces gamadas) o, aún peor, terminaban encontrando rémoras en todos los demás partidos, con lo cual ya no había ninguno, por más sinistral que se autoproclamara, que no tuviera un porcentaje importante de personas en las que habitaba con mayor o menor grado de represión uno de aquellos “enanos fascistas” de los que hablaba el folclore. (Algunos sociólogos incluso llevan esta creencia al extremo de asignar un componente filosófico-psicológico-genético a la relación estatura-fascismo, tratando de encontrar al cisne negro, i.e., al facho alto que libere a los petisos de su mala fama). Lo cual contribuyó ciertamente al punto
- Que el miedo a ser tildado de facho empujaba a todos los partidos intermedios (entre los extemos de los neonazis y los nunca-del-todo-aceptados viejos comunistas de la buena rama trotskista, que convenientemente olvidaban que Trotski no fue Lenin ni Stalin por jugar mal su jaque) cada vez más hacia una falsa izquierda, en un baile en el quetodos pretendían estar más a la izquierda del otro pero evitando las connotaciones zurdísticas y reemplazándolas por el más ambiguo e infinitamente moldeable “progresismo” (otra trampa lógica, porque era imposible no llamarse a sí mismo progresista por medio a ser llamado “atrasista”) con lo cual se creaba una especie de ballet a ciegas donde toda la compañía intentaba bailar hacia el mismo lado, hasta que se chocaban con el tipo barbudo de maestranza y reculaban asustados como prima donnas sin cabeza, reubicándose con sus volteretas y piruetas en una nueva distribución, hasta tropezar con el encargado de piso de cabeza rapada y buenos genes, y así de vuelta, una y otra vez, al punto que ya nadie sabía qué lugar ocupaba, sólo su posición relativa a la de los demás, en un minuto a minuto sujeto al tiempo televisivo, lo cual ciertamente no ayudó a evitar el punto
- En que ante el miedo a ser catalogados bajo una -puaj- ideología que los estorbara a la hora de ejecutar un trompo retórico, los partidos empezaron a aceptar dentro de su corpus teórico una variedad creciente de teoremas, postulados y técnicas de actuación que efectivamente confundían a nuevos militantes y viejos partidarios por igual, lo que creó un mercado de pases en el que empezaron a cotizar los políticos ya freelance de mayores talentos histriónicos con la promesa de mejores cargos o pasturas.
Los Barras (extracto de Platalandia)
Hacia el segundo decenio del siglo XXI, el barrabravismo se había convertido en Platalandia en una práctica más o menos institucionalizada, o al menos, tolerada como inevitabilidad, como tantas otras malas costumbres. Ni el más fervoroso cabeza argentino osaba endilgarle la paternidad de las barras a nuestro país, como sí solía hacer hasta el más vendepatria respecto a objetos más mundanos y fácilmente enciclopedizables, como la birome, el dulce de leche o el sifón de soda, íconos completamente inmunes a la crítica cultural. Las barras bravas probablemente provinieran del más férreo y bruto acerbo genético de nuestro crisol de razas, con una pizca de gallego o vasco terco (que para un argentino daba lo mismo uno y otro denominador, a diferencia de en la madre patria), otra del más retrógrado y violento cromosoma fascista-spaguettista, y una capa superior tipo curry de cadenas proteínicas del siempre respetable hooliganismo inglés. Como toda materia/producto o plato importado, en el país de la plata todo llegaba a su máxima expresión. Se revolvía un poco, se le buscaba la vuelta y se lo mezclaba con otra cosa más carbohidratada, y salía algo buenísimo.
En el caso de los barrabravas, su inserción cada vez mayor en la vida pública fue sutil como un pedazo de adoquin en el cráneo (método preferido de agresión en la cancha, en la vía pública, o incluso en medio de alguna ruta de tierra donde el colectivo porta-bestias quedara empantanado, donde aún allí, de alguna manera, el barra cabeza promedio era capaz de encontrar algún adoquín o sustituto efectivo del mismo. Nunca nadie había visto el método con el que despellejaban trozos de dos kilos de cemento/piedra de la calle, pero algunos teóricos de las barras --y entre ellos algún físico de materiales estupefacto-- creían que se debía a algún talento atávico gracias al cual los primeros argentinos habían sido capaces de pavimentar a lo loco y clavar durmientes de tren a mansalva, sólo que al revés, en rewind, digamos). A la lógica predilección por los clubes de fútbol, la costumbre en algunos casos familiar de ir a un lugar público y apedrearse con gente que viste otro color se encontró con la limitación de que el calendario deportivo local era bastante poco afecto al trabajo. Un partido por semana no satisfacía la necesidad animaloide de nadie, llegado el punto en que uno naturalizaba la violencia gratuita. Así que ante la imposibilidad de llegar a un acuerdo con la Asociación de Futbolistas Agremiados No Orientales (1) para extender el número de fechas, ante lo cual las botineras pegaron el grito en el cielo porque los jugadores no iban a tener energía para salir de gatos, hubo que dar marcha atrás (sic) y el clamor popular tuvo que volcarse en vertientes menos clásicas pero, con un poquitín de imaginación, casi igual de efectivas para la muchachada brutoide.
Así, los equipos de volley femenino adquirieron un tono siniestro al rodearse de treinta chochamus con bombos y cadenas, el básquet vivió un fervor de público como nunca en el país, donde gradas de cincuenta años pero que parecían recién estrenadas tuvieron que probar su temple contra criaturitas de 120 kilos de peso y unos cuantos pies de eslora (lo que no mejoró las finanzas de ningún equipo de básquet local ya que, como se sabe, ningún barra que se precie garpa una entrada ni aún mamado), y, ya llegando al extremo de la curva descendiente de la ecuación creatividad/efectividad, equipos de fútbol cinco juvenil se vieron rodeados por hordas de cientos de fanáticos desconocidos, en algunos casos ni siquiera de la misma localidad, pero que llevados por un cierto olfato tiburonesco, detectaban las posibilidades máximas de quilombo en alguna cancha de césped sintético al insultar a padres, madres, abuelas, árbitros, curas, obispos y otras figuras ausentes de la duela pero que siempre eran efectivas para caldear un ambiente.El deporte amateur pronto mostró sus limitaciones para proveer la adrenalina necesaria y algunos especímenes ligeramente más cultos (otro más fachoide diría: menos involucionados en la escalera) comenzaron a innovar en el placement. Sustituyeron camisetas por otros atuendos o estandartes más ambiguos. Así, en el momento del auge de la cultura (sic) del barrabravismo (2), los barras habían copado instituciones tan poco futboleras como la Bolsa de Comercio, la facultad de ciencias económicas y estadística, y los talleres literarios, hasta que la sucesión de agresiones fue tal (3) que se creó la Oficina de Regulación de Violencia de Barras, donde con la típica mezcla 50% creatividad, 10% ingenuidad, 40% boludez que representa la "proporción áurea" de la inventividad argentina, se crearon o reciclaron estadios con el objetivo exclusivo de crear las condiciones para una meleé gigantesca, donde la gente decente pudiera tirarse con adoquines con menor contenido de carbono y protegidos por una infraestructura de servicios médicos, convirtièndolos en verdaderos shoppings de la violencia, donde al entrar uno elegía una camiseta y luego pasaba el día aporreándose con gente que vestía otro color, teniendo que cambiar de camiseta a la vez siguiente, presumiblemente para no fomentar el fanatismo cromático que parecía ser, a los ojos de los más despabilados dirigentes, la causa de la violencia. Lo que, obviamente, dejaba a los daltónicos, una vez más, fuera de juego.
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1. (formada después del desembarco y posterior deportación de 2000 chinos entrenados en alguna fábrica --literal-- de talentos off-shore apañados por un reconocido ex-jugador, ex-director técnico, ex- ex de casi todo)
2. (en el año del Efecto Merluza, cuando un buque pesquero inglés con capitán mamado se aventuró una milla náutica más allá de las aguas internacionales y otro marino mamado argentino lo embistió al grito de "Comete ésta", acompañado por un gesto que le requirió quitar las manos del timón y convirtió el "empujoncito" en un choque de frente del cual sobrevivió sólo un chico senegalés que viajaba de colado y que explicó todo a base de señas)
3. (y los tramos de calle y ruta tan poceados por la falta de adoquines, además de la lesión accidental de un chico de sólo dieciocho años que se atrevió a criticar la supremacía cultural de Borges en la cultura argentina intentando proponer como alternativa a Marechal, ante lo que recibió un cascote con un pedazo de fierro saliente en el lóbulo temporal que, sorprendentemente, no lo mató, pero generó un cambio de personalidad tan profundo que de allí en adelante pasó a liderar a La Borges, asociación violenta de origen indeterminado con la tendencia a ocupar el laberinto de Carlos Paz y golpear gente al grito de Tlon, Uqbar, Tomá Ésta)