El Otro Borrador
Es una novela sobre el fantasma de un hombre proyectado sobre otro. Sobre cómo empezar de nuevo sabiendo que no hay revisión, que no hay forma fácil de corregir lo hecho pero encontrando en la ficción una manera de escapar de ese doble vínculo reescribiendo la propia historia y quizás, así, cambiando el futuro.
Status: En presentación a editoriales
Extracto (breve meta-relato)
La piel de Lyara
Lyara sintió la presencia del extraño mucho antes de verlo. Algo en la forma en que las cortinas ondulaban con el viento, en que la luz pasaba por debajo de las puertas, en los ruidos de la casa que encontraban un obstáculo más, otro cuerpo en torno al cual moldearse. Al principio sintió terror, un constante crujir de dientes y nudillos tensionados que la habían contracturado desde el dedo gordo del pie al cuero cabelludo. Esa sensación inicial llegó a un crescendo y luego se difuminó. Descubrió, en un momento de iluminación cuando se bañaba con la puerta trabada, que el temor no podía ser eterno. Para ella fue una epifanía, y se encontró de rodillas bajo la ducha, mirando con adoración los chorros de agua que corrían hacia su rostro y con su calor hacían desaparecer las marcas de la ansiedad en sus facciones. Había hecho una ecuación en su mente, y en la más natural de las ciencias había encontrado su respuesta. Siempre había creído, esencialistamente, que el verdadero amor era eterno. Si había algo tan puro cuyo correlato estuviera en los cielos, que fuera perfecto, entonces su temor, una emoción tan químicamente pura como la otra, también debía ser la manifestación terrenal de un temor vasto y primigenio. Pero no fue el temor el que se fue debilitando, si no el amor que atesoraba hacía tanto tiempo. Había sobrevivido en una caja, a salvo de la erosión y otros efectos mundanos. El día anterior la había abierto, para ver cómo estaba, si aún estaba allí, su única constante. Pero se había comenzado a volver inmaterial. Tenía la misma forma y el mismo tamaño, pero sus colores ya no eran tan nítidos y daba la impresión de que si exhalara fuerte se disolvería como la bruma, y ya ni siquiera podria consolarse al ver su forma.
Como una avalancha, desde ese momento y hasta que se encontró rezándole laicamente al cabezal de la ducha, ese descubrimiento fue rodando hacia abajo desde sus ojos, hasta que llegó a sus pies y se fue con el agua por la cañería. Ese amor aún estaba ahí, pero iría menguando de a poco, hasta que apenas reconociera su forma. Si aún eso estaba sujeto al tiempo, habiendo parecido existir fuera de él, entonces su miedo era prisionero de las mismas leyes. También habría de desaparecer, y quizás su amor fuera lo que lo mantenía y le daba el poder de paralizarla.
Salió de la ducha con la certeza aún corriendo por su piel, deslizándose suavemente, siempre hacia abajo. El cuerpo aún le dolía en algunos puntos, pero ya era libre. Se puso una bata y corrió el pestillo de la puerta. Lo volvió a cerrar por impulso, batiendo la puerta, y apoyó la cabeza contra la madera. El miedo ya no la controlaría. El amor, tampoco.
Disimuladamente, buscó por toda la casa, debajo de las camas, detrás de las cortinas, en el hueco de la escalera, incluso en los armarios. Su búsqueda parecía ser parte de sus movimientos diarios, de la coreografía que le tocaba reproducir. Pero estaba buscando algo, eso que aparecía sólo como una estela, cuya marca sólo estaba en su paso, o en su ausencia misma. El extraño estaba ahí, lo sabía, pero ¿cómo llegar a una presencia que, cada vez más, se convencía que era una pura sumatoria de indicios?
Buscó su grabadora y la colocó en su habitación. Al acostarse, la dejó grabando toda la noche, mientras la brisa de verano se filtraba por las cortinas. Al otro día, aún sin estar del todo despierta, tomó la cámara y comenzó a mirar lo que había grabado por el visor.
En la pantalla, ella dormía profundamente y sin sobresaltos. En algún momento de la noche, una imagen fue cubriendo parte de la pantalla, y se posó en el pie de la cama. Allí se quedó, tomando forma hasta revelar una silueta humana, y una mano espectral se acercó a la pierna descubierta de la durmiente. La mano dudó por unos minutos antes de establecer el contacto, pero finalmente rozó un tobillo, y de a poco la silueta entera comenzó a deslizarse por la cama hasta acostarse a su lado. Verse allí dormida, inocente ante el avance de esa presencia, la impactó, pero el miedo pasaba a través de ella, fluía y se iba en busca de otra persona en la que pudiera afincarse. Adelantó la cinta, pero la figura se quedó allí, acostada a su lado, sin tocarla, con un brazo sobre la almohada. Su rostro no tenía facciones definidas, pero su postura era relajada. Si tenía ojos, la estaba mirando simplemente, cuidando su sueño. Hacia el final del video, ella se daba vuelta hacia donde estaba el otro, y sus rostros quedaban apenas a un palmo de distancia. Un leve temblor recorría sus hombros, pero nada más. El video terminaba cuando ella se daba la vuelta, abría los ojos y se estiraba hacia la cámara. Y aún en esos momentos finales, la presencia seguía allí, aunque perdía solidez con cada minuto y corria el riesgo de desvanecerse con la luz matinal que entraba por las cortinas.
Llevada por una ansiedad como no había sentido hacía tiempo, Lyara colocó la cámara nuevamente en su trípode y la encendió. En la pantalla se veía aún una forma, pero era tan efímera que podria haber sido una mancha en el lente. Saber que lo tenía enfrente, aún sin poder verlo directamente, era una sensación completamente distinta, y exhilarante. Extendió su mano hacia él, y de a poco se sentó en la cama, se fue acercando, y finalmente posó la mano sobre la almohada, donde había descansado la cabeza de él. Una leve alza de la temperatura en su piel fue el único indicio de que estaba tocando algo. Se recostó en la cama, y con su otra mano fue definiendo el contorno de lo que había visto en el visor. A medida que su mano recorría los caminos sólo definidos por el calor en su palma, el aire empezaba a oponer cierta resistencia, hasta que, aún sin verlo, pudo sentir los contornos claramente, y ver cómo el colchón se hundía levemente bajo su peso. El dedo índice delineó, o creó, una nariz, luego unos pómulos, finalmente unos labios un poco más fríos que el resto. Tentativamente, estiró el rostro hasta donde estaba su mano, para no errar, y posó sus propios labios en esos otros. Algo de su calor pasó al otro cuerpo, y los labios se abrieron lentamente. Se sorprendió a sí misma cuando su lengua se deslizó entre los labios incorpóreos, y más aún cuando otra lengua se cruzó con la suya. Un hilo de aire caliente se movió entre ambos, y calentó la sangre de Lyara. Sus manos se movieron por la cama, temblando de desesperación, y fue encontrando lo que buscaba. Unos hombros y un pecho amplios pero suaves, un estómago blando y pulsante, una espalda ondulante que terminaba en glúteos bien formados. Hundió sus uñas allí, y ya no se sorprendió cuando sintió el contacto de una mano bajo su mentón, atrayéndola nuevamente hacia los labios invisibles. De a poco, esas otras manos recorrieron su cuerpo, con menos apuro que ella, pero compitiendo por el contacto. Ella sintió como si lo mismo que había hecho ella con él al definirlo, al darle sustancia, le estuviera ocurriendo a ella. Descubrió nuevamente en su contacto las líneas de su cuerpo, cosquillas que no recordaba, áreas enteras que había descuidado, que habían quedado encerradas en esa caja donde guardaba lo otro. Y cuando las manos encontraron los sexos, al unísono, ella soltó un gemido que terminó de desprender de su cuerpo el último vestigio del miedo. Con cada caricia sus mejillas tomaban color, y el pene invisible pulsaba entre sus dedos. Con la mano libre atrajo el rostro de él hacia el suyo, y se dejó caer de espaldas en la cama, sintiendo el peso, el calor, la presión, la humedad, de ese cuerpo que le era ajeno pero que de a poco se fusionaba con el suyo, que la penetraba con suavidad y que hacia el final ya no pudo sentir como ajeno, hasta que mucho después despertó, cubierta de sudor y con la certeza de que algo había cambiado. Que él volvería y que quizás, ésta vez, pudiera ver su rostro.
Como una avalancha, desde ese momento y hasta que se encontró rezándole laicamente al cabezal de la ducha, ese descubrimiento fue rodando hacia abajo desde sus ojos, hasta que llegó a sus pies y se fue con el agua por la cañería. Ese amor aún estaba ahí, pero iría menguando de a poco, hasta que apenas reconociera su forma. Si aún eso estaba sujeto al tiempo, habiendo parecido existir fuera de él, entonces su miedo era prisionero de las mismas leyes. También habría de desaparecer, y quizás su amor fuera lo que lo mantenía y le daba el poder de paralizarla.
Salió de la ducha con la certeza aún corriendo por su piel, deslizándose suavemente, siempre hacia abajo. El cuerpo aún le dolía en algunos puntos, pero ya era libre. Se puso una bata y corrió el pestillo de la puerta. Lo volvió a cerrar por impulso, batiendo la puerta, y apoyó la cabeza contra la madera. El miedo ya no la controlaría. El amor, tampoco.
Disimuladamente, buscó por toda la casa, debajo de las camas, detrás de las cortinas, en el hueco de la escalera, incluso en los armarios. Su búsqueda parecía ser parte de sus movimientos diarios, de la coreografía que le tocaba reproducir. Pero estaba buscando algo, eso que aparecía sólo como una estela, cuya marca sólo estaba en su paso, o en su ausencia misma. El extraño estaba ahí, lo sabía, pero ¿cómo llegar a una presencia que, cada vez más, se convencía que era una pura sumatoria de indicios?
Buscó su grabadora y la colocó en su habitación. Al acostarse, la dejó grabando toda la noche, mientras la brisa de verano se filtraba por las cortinas. Al otro día, aún sin estar del todo despierta, tomó la cámara y comenzó a mirar lo que había grabado por el visor.
En la pantalla, ella dormía profundamente y sin sobresaltos. En algún momento de la noche, una imagen fue cubriendo parte de la pantalla, y se posó en el pie de la cama. Allí se quedó, tomando forma hasta revelar una silueta humana, y una mano espectral se acercó a la pierna descubierta de la durmiente. La mano dudó por unos minutos antes de establecer el contacto, pero finalmente rozó un tobillo, y de a poco la silueta entera comenzó a deslizarse por la cama hasta acostarse a su lado. Verse allí dormida, inocente ante el avance de esa presencia, la impactó, pero el miedo pasaba a través de ella, fluía y se iba en busca de otra persona en la que pudiera afincarse. Adelantó la cinta, pero la figura se quedó allí, acostada a su lado, sin tocarla, con un brazo sobre la almohada. Su rostro no tenía facciones definidas, pero su postura era relajada. Si tenía ojos, la estaba mirando simplemente, cuidando su sueño. Hacia el final del video, ella se daba vuelta hacia donde estaba el otro, y sus rostros quedaban apenas a un palmo de distancia. Un leve temblor recorría sus hombros, pero nada más. El video terminaba cuando ella se daba la vuelta, abría los ojos y se estiraba hacia la cámara. Y aún en esos momentos finales, la presencia seguía allí, aunque perdía solidez con cada minuto y corria el riesgo de desvanecerse con la luz matinal que entraba por las cortinas.
Llevada por una ansiedad como no había sentido hacía tiempo, Lyara colocó la cámara nuevamente en su trípode y la encendió. En la pantalla se veía aún una forma, pero era tan efímera que podria haber sido una mancha en el lente. Saber que lo tenía enfrente, aún sin poder verlo directamente, era una sensación completamente distinta, y exhilarante. Extendió su mano hacia él, y de a poco se sentó en la cama, se fue acercando, y finalmente posó la mano sobre la almohada, donde había descansado la cabeza de él. Una leve alza de la temperatura en su piel fue el único indicio de que estaba tocando algo. Se recostó en la cama, y con su otra mano fue definiendo el contorno de lo que había visto en el visor. A medida que su mano recorría los caminos sólo definidos por el calor en su palma, el aire empezaba a oponer cierta resistencia, hasta que, aún sin verlo, pudo sentir los contornos claramente, y ver cómo el colchón se hundía levemente bajo su peso. El dedo índice delineó, o creó, una nariz, luego unos pómulos, finalmente unos labios un poco más fríos que el resto. Tentativamente, estiró el rostro hasta donde estaba su mano, para no errar, y posó sus propios labios en esos otros. Algo de su calor pasó al otro cuerpo, y los labios se abrieron lentamente. Se sorprendió a sí misma cuando su lengua se deslizó entre los labios incorpóreos, y más aún cuando otra lengua se cruzó con la suya. Un hilo de aire caliente se movió entre ambos, y calentó la sangre de Lyara. Sus manos se movieron por la cama, temblando de desesperación, y fue encontrando lo que buscaba. Unos hombros y un pecho amplios pero suaves, un estómago blando y pulsante, una espalda ondulante que terminaba en glúteos bien formados. Hundió sus uñas allí, y ya no se sorprendió cuando sintió el contacto de una mano bajo su mentón, atrayéndola nuevamente hacia los labios invisibles. De a poco, esas otras manos recorrieron su cuerpo, con menos apuro que ella, pero compitiendo por el contacto. Ella sintió como si lo mismo que había hecho ella con él al definirlo, al darle sustancia, le estuviera ocurriendo a ella. Descubrió nuevamente en su contacto las líneas de su cuerpo, cosquillas que no recordaba, áreas enteras que había descuidado, que habían quedado encerradas en esa caja donde guardaba lo otro. Y cuando las manos encontraron los sexos, al unísono, ella soltó un gemido que terminó de desprender de su cuerpo el último vestigio del miedo. Con cada caricia sus mejillas tomaban color, y el pene invisible pulsaba entre sus dedos. Con la mano libre atrajo el rostro de él hacia el suyo, y se dejó caer de espaldas en la cama, sintiendo el peso, el calor, la presión, la humedad, de ese cuerpo que le era ajeno pero que de a poco se fusionaba con el suyo, que la penetraba con suavidad y que hacia el final ya no pudo sentir como ajeno, hasta que mucho después despertó, cubierta de sudor y con la certeza de que algo había cambiado. Que él volvería y que quizás, ésta vez, pudiera ver su rostro.