Los Libros Mutantes
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Superficie o profundidad en el arte? Mejor, grosor.

7/10/2013

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Hoy pensaba en la falsa dicotomía entre la superficialidad y la profundidad. Digo falsa porque es cansina, porque ya son lugares comunes de la cultura en todos los campos, pero hace tanto que dejaron de tener sentido en el mundo literario que ya casi volvieron a ser utilizables.


¿Qué digo?
Que decir: "tal obra de arte es superficial" o decir lo mismo sobre su profundidad es algo antiguo pero que ilustra algunas dimensiones del arte. A ver...
Algo superficial es lo que no aparenta ser otra cosa que lo que es. Definición complicada para algo que es de sentido común, o al menos de uso común, para todos nosotros. Esto, en el nivel textual, sería por ejemplo el de un personaje "plano" o unidimensional, que tiene una única motivación y sin contradicciones internas. Es, por ejemplo, el caso del héroe clásico (por clásico me refiero a idealizado, no porque pertenezca a tal o cual época).
Lo profundo es aquello que remite a otra cosa que no aparenta excepto por una operación de analogía o contraste. Es, por ejemplo, el caso del héroe con fallas, del antihéroe o del personaje típicamente bidimensional. Ejemplo de esto es Spider-man (comparado con la motivación más lineal de los héroes más clásicos como el Fantasma o Superman) que tiene unas cuantas contradicciones, sentimientos y motivaciones cruzadas.


Y... ¿hasta ahí llega la cosa?
No, pero sin desmerecer lo superficial ni lo profundo, creo que hay otro nivel textual (o del personaje, que a fin de cuentas son lo mismo) que es el del volumen, lo tridimensional. Para oponerlo mejor a lo anterior, es más descriptivo decir que es algo con grosor. No sólo un libro puede ser grueso (o grosso) también una obra en sí puede ser voluminosa en sentido textual y no físico. Es lo que tiene superficie, profundidad y otro nivel más, una dimensión extra. Puede ser una meta-narrativa, una linea argumental que tiña el resto de la obra en otros tonos al leerlo con cuidado, o meramente la densidad del texto (en sentido no peyorativo sino en cuanto a la proliferación de sentidos).

A partir de estos tres conceptos, se puede hacer una taxonomía de las obras artísticas y literarias. Creo que hasta sirve para medir el nivel artístico de la misma, pero eso lo dejo para un futuro.
En términos simples, sería algo así;
La obra plenamente (o mayormente) superficial es aquella en la que la acción es exactamente lo que parece, donde no hay motivaciones complejas o interpelaciones al lector más allá de los sentimientos más superficiales (los más fáciles de evocar). Ya no quedan muchas obras 100% superficiales, más por razones estéticas y de progreso del nivel de complejidad de las narrativas a las que está acostumbrado el público (debido a la TV y el cine en gran medida). La mayoría de la literatura y arte actuales tiene, por más superficial que sea, una buena dosis de profundidad porque sin ella no sobrevivirían en el mercado. Ni siquiera los libros para chicos son superficiales. De hecho, como todos sabemos, las proliferaciones de sentido en ellos han sido hasta más comunes que en obras para "adultos".
La obra "profunda" sigue viva, pero es casi una farsa de sí misma. Abunda en la escritura de autores autodenominados "serios" pero que además de aburrir, son banales. Es hasta preferible un autor que sea más superficial que profundo, ya que en la superficialidad a veces hasta uno se divierte más. Pero si alcanza un buen balance de superficie y profundidad, puede llegar a ser un libro legible, si no bueno.
Por último, el libro con grosor como factor predominante tiende a ser algo monumental y tremendamente aburrido. El límite del grosor  sería la proliferación de signos de una guía telefónica. Entre eso y un libro de Thomas Pynchon hay un mundo entero, y Pynchon es un buen exponente de un autor que logra ser superficial, profundo y grosso al mismo tiempo. Ahí quería llegar, que es a que un libro (o arte, o...) excelente tiene que ser las tres cosas. Tiene que ser simple y directo como un jab a la mandíbula, con una trama que en el fondo sea una línea recta, aunque las vueltas del camino la hagan parecer enrevesada. Debe ser profunda porque tiene que contener una corriente subterránea que apoye, contradiga o diga algo sobre la trama principal o su desarrollo. Y debe tener grosor, porque es lo que le da validez a sus pretensiones artísticas. Puede ser una cuestión meramente estética o tener que ver con la verdad de la obra (que en muchos casos es metatextual o paratextual, como en Slaughterhouse-Five de Kurt Vonnegut, cuyas verdades están en sus tres dimensiones, y alrededor del texto) pero, en el arte como en la vida, la Verdad! (con mayúscula, negrita y todo) no es superficial ni tan profunda, sino un entramado complejo y cuatridimensional (el cuarto elemento es obviamente el tiempo, o mejor dicho, la relación entre el tiempo de la obra y el del mundo que habita el libro, o en resumen, lo que dice sobre su época o sobre otras épocas reales o imaginarias) en el cual sólo la inmersión completa en las condiciones de verdad de la obra nos pueden iluminar un poco y hacer ver, o entrever, algo, una pizca de lo bello.

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Escribir el puto libro. O, los deseos de los otros.

4/16/2012

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La gente me solía preguntar:

‘¿Vos qué hacés?’ o ‘¿A qué te dedicás?’

Mi respuesta durante mucho tiempo sonó a disculpa:

‘Trabajo en una empresa, pero en realidad soy escritor’

Y a veces ‘la gente’, ese horrible, horrible colectivo indiscriminado, encuentra en algún lado de su mente la cortesía o el interés mínimo para preguntarte ‘¿qué escribís?’ y ahí yo les decía algo que también sonaba a excusa, como ‘estoy escribiendo una novela, muy compleja, sobre el sentido de la vida y blablabla,’ donde blablaba es el punto en el que la gente deja de escuchar. O quizás antes y no me di cuenta.

Ahora ya no siento que sea una disculpa. Invertí las cosas y ahora les explico lo que hago. Principalmente ese cambio tiene que ver con dejar las excusas. Para dejar de disculparse por la vida que uno no tiene pero que íntimamente desea, hay que tomar las acciones que nos lleven a su consecución.

Seguramente si uno agarra un tamiz y empieza a filtrar los deseos de los otros, encuentra que detrás de los verbos y la enunciación exaltada no hay nada. La mayoría de la gente no desea, o desea poco. Hablo del deseo en el sentido movilizador que orienta la vida, siguiendo a Deleuze, una voluntad de poder a la manera de Nietzsche, que es la voluntad de vivir y perseverar en el ser. O, si te resulta más fácil, es la fuerza de voluntad o la energía verde de Linterna Verde. Creo que ahí cubrí varios grupos demográficos como para que se entienda lo que quiero decir.

El verdadero deseo es lo que nos permite orientarnos. Un depresivo tiene una carencia de deseo. Desear es lo que nos hace salir a la calle, comer, revolcarnos. El objeto del deseo a veces es lo que tenemos delante, pero otras veces está muy lejos, y aunque no lo veamos, trabajamos y nos movemos hacia ello.

Empecé hablando de las excusas porque es lo más fácil de hacer. Uno obstaculiza su deseo llenándolo de contenidos vacuos, de obstáculos, de inseguridades, de todo eso que no aceptamos que forma parte de nuestro ser íntimo, entonces nos corremos un poquito de lugar y decimos: No, eso no es para mí. Eso es para los otros. Es lo que hay.

No hay más mierda que la mierda mediocre que nos lleva a pensar que ‘Es lo que hay’. Esa es la expresión de cabecera de mucha gente en Argentina (mi país) que se acostumbró, en base a algunas vivencias propias pero mayormente a un sojuzgamiento cultural enorme, a que la realidad es la única posible. A que no existe ‘el mejor de los mundos posibles’, o que si está, alguien se lo afanó o posiblemente lo pervirtió convirtiéndolo en una disneylandia para esquizofrénicos.

Es muy lindo tener obstáculos químicamente puros. Decir ‘me falta plata para esto’ o‘tengo que sacarme una buena nota’, es algo proactivo. Pero pensar que algo que uno desea en realidad no lo desea tanto, o que es complicado hacerlo, o que no podemos porque eso sólo le pasa a los demás, eso es mierda derrotista, y contra esa mierda es difícil ganar. Hay que vencer la propia pelotudez antes de poder ganar.

Después está la mierda que te dan los otros. Que te dicen ‘¿Quién te creés que sos?’. Generalmente, la gente que pregunta eso no tiene ni la más puta idea de quiénes son ellos mismos. El que sabe quién es y adónde apunta no tiene dudas de que los demás también tienen sueños, y que a lo mejor no son tan inútiles como parecen, porque después de todo, uno tampoco es una maravilla.

Pero sea la mierda que fuere, hay que perseverar en lo que uno quiere. No hay nada a qué temer, porque si uno hace lo que realmente desea, no hay forma de fracasar. Me podés replicar: ‘si deseo tirarme en paracaídas, y me falla y me hago torta, bueno, fracasé’. En realidad no, estás equivocado. Una cosa está completamente disociada de la otra. Sé feliz, adoptá el cliché. El minuto y medio que volaste antes de hacerte torta contra el suelo a 300 km/h fuiste más feliz que en toda tu vida.

Por eso ahora cuando la gente me pregunta qué hago, le digo ‘escribo’, sin dar más explicaciones. Que las explicaciones las busquen ellos, y que también encuentren el verbo propio que encapsula su deseo.

Todo lo demás, como ya dije, es mierda.

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Así fue como llegué al puesto 2 de ventas en Amazon España (y como caí estrepitosamente después)

3/16/2012

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Bueno, el título es un poco engañoso. Aceptálo. Ésas son las reglas del marketing, inflar las cosas con helio. Pero seguí leyendo. Eso es lo importante, el gancho, como en cualquier novela.

En el post anterior mencioné que es muy importante poder definir tu obra en un párrafo, una frase, en dos palabras. Por eso lo aclaro nuevamente, porque hay que ser repetitivo con las cosas importantes. Dejá tu novela y pensá en esto. Al terminar tu primer borrador deberías poder despegarte emocionalmente un poco (a mí me sirve dejar enfriar la novela en un cajón por al menos un mes y ni pensar en ella) para poder definir qué carajo acabás de escribir.

De mi primer novela, La Colonia, fui capaz de escribir un párrafo que luego usé como texto de descripción de la novela en Amazon:

 
“En la tradición de autores como Ursula LeGuin e Isaac Asimov, esta es la historia de un joven descubriendo algo desconocido para su pueblo: el miedo, y todo el poder contenido en él. Cuando Arlan descubre la desaparición del ganado del pueblo, el miedo se apodera de los habitantes de La Colonia, y el límite entre la paranoia y la amenaza latente empieza a desdibujarse. ¿Cómo actuará todo un pueblo ante el peligro, una palabra desconocida para ellos? ¿Quién se erigirá en héroe, y quién en monstruo?”

No es perfecta. De hecho no estoy del todo conforme, pero es lo mejor que pude hacer hasta ahora. Hay dos puntos a destacar:
 

1.        Hacer referencia al género. Acá hice trampa, y como no soy un autor reconocido aún, me colgué de los ropajes de dos íconos como LeGuin y Asimov. No quiero decir que esté a su nivel, ni a palos, pero lo importante es generar en el lector una intriga. ¿Por qué hacer referencia a esos dos autores en particular? ¿Qué tienen en común? Fíjense que sin mencionar el género estoy indicando un cruce entre la ciencia ficción y la fantasía, y cierta noción futurista-utópica. Creo que funciona mejor que simplemente decir que es una mezcla de fantasía y ciencia ficción.

2.        Palabras claves (ganchos emocionales): joven-descubriendo (idea de viaje iniciático), miedo-desaparición (idea de misterio), paranoia-peligro (idea de conflictividad social), dualidad héroe-monstruo. Ahí mismo, con esas pocas palabras, estoy definiendo un público, interesado idealmente en este tipo de historias que interpelan al lector desde un lugar de cuestionamiento de los roles sociales ante una situación límite.

 
Ahora, ya teniendo armado el párrafo descriptivo, tomás esas mismas palabras claves y las usás como keywords en tu página web (en el metadata o como tags de tus posts… mmm, voy a tener que escribir un post entero sobre este tema, así que por ahora creéme, es importante). Y esas palabras las podés usar como tags en tu descripción de producto de Amazon, para que la gente pueda encontrar tu novela al buscar palabras como “ciencia ficción”, “fantasía”, o “utopía”.

Volvamos para atrás. Como relaté en el post anterior “Así fue como llegué a publicar”, una vez que la novela estuvo terminada y corregida, me propuse publicarla online, por medio de Createspace, Amazon KDP y Smashwords. Por ahora sigo nomás con las versiones digitales. Createspace es un tema aparte, al ser libros impresos a demanda, no tengo gran experiencia vendiendo por ese medio. La gente se arriesga menos a comprar un libro en papel a 10 dólares que un ebook a 1, 2 o 3. Así es la vida. Qué hijos de puta estos lectores… bue, yo tampoco compraría un libro de un desconocido a ese precio, la verdad, además de sumarle los gastos de envío. Lamentablemente, es así.

Bueno, de vuelta a publicar los ebooks: Después de formatear el texto para que se refleje bien en formato kindle (mobi), epub, pdf, etc (acá Smashwords te ayuda bastante porque te marca los errores y tiene un manual de estilo), lo subí a ambas plataformas. Ya había diseñado una tapa, basada en una pintura encargada a una artista que me la hizo a muy buen precio (básicamente gratis, si mi mamá me cobraba por pintarme un cuadro, habría sido un papelón) y retocada bastante. La verdad, que quedó bastante potable, pero no es una tapa profesional. Una de esas sale plata. Uno de estos días me voy a pagar una más linda, ya que es muy importante. Todo el mundo juzga al libro por la tapa. Si bien una tapa demasiado producida y photoshopeada a mí me produce rechazo, porque ya empiezo a sospechar que si invirtieron tanto tiempo en la tapa el resto debe ser un desastre (excepto algunas honrosas excepciones), la verdad es que lo que vende es la tapa, a lo que se suma un buen texto descriptivo. Esto es lo que hacemos todos en la librería para elegir un libro:
  
1.        (opcional) ¡Uh, qué bueno, salió otro libro de Pepito el escritor ése que vive en una cueva abajo del agua y come una vez al mes!

2.        ¡Uh, qué buena tapa! / ¡Uh, qué tapa pedorra!

3.        A ver qué dice atrás… no vaya a ser una historia sobre los desafíos intelectuales de un agricultor de papas durante la hambruna irlandesa de 1800…

4.        ¿Cuánto me van a cobrar por esto?

5.        Bueno, lo llevo, de última si es malo se lo regalo a alguien para el cumpleaños.

 

Ya con una tapa potable (realmente, es increíble el nivel patético de la mayoría de las tapas de autores independientes, muchas parecen hechas por un niño hiperactivo y daltónico con Paint) y el texto bien formateado, es cuestión de llenar la descripción del libro, género, tags, y listo. Después sólo queda definir el precio.

El precio es un tema de amplia discusión. No voy a debatir los méritos literarios de obras de menor o mayor valor económico, o si vender un libro a 0.99 es el equivalente a dispararse con una .38 en el dedo del pie. Sólo voy a contar la realidad que yo experimenté.

Empecé ofreciendo mi libro a 4.99 (siempre hablo de dólares). Obvio que no vendí un carajo. No me reconocía ni mi madre (ah, no, pobre, ella sí, me hizo la tapa).

Después bajé mis pretensiones de “querer ganar 100 pesos con mi libro” a “bueno, intentaré no perder plata, básicamente”. Si, se puede llegar más bajo.

Entonces puse mi libro a 0.99, y lo tuve así unos meses sin vender nada. Y un día, entrando al panel de usuario de autor de KDP de Amazon, verifiqué que había vendido un libro. Casi muero de la emoción. No, en serio, casi me atraganto con la ensalada de frutas. Hasta ese momento, sólo había logrado que un par de personas leyeran mi libro (familiares cercanos. Mis amigos de toda la vida lo esquivaron como a la peste. Esas cosas pasan más seguido de lo que parece, a más de un autor) y lo había puesto como gratis un par de días en Smashwords y lo había promocionado por Facebook y Twitter. Pero claro, si tenés 100 contactos en esas redes sociales, tampoco vas a tener muchos lectores.

En resumen, me habían leído unas 10 personas, y sólo 1 había puesto plata para leerla. No es una proporción buena económicamente (de Marx a Krugman cualquier economista me diría que me dedique a la horticultura que tiene una mejor relación esfuerzo-beneficio), pero lo crean o no, es casi una proporción sagrada. Es como la proporción áurea. Se repite en el universo. Como autor desconocido, tenés que lograr que te lean 10 gratis por cada 1 que te paga. Y si sos famoso, 1 te va a pagar y 10 te van a piratear. Apesta, pero, de nuevo, es así la vida. Mejor no patalear como los llorones de Lucía Etxebarría (cough-plagia-cough-dora) o Marcelo Birmajer que no entendieron nada sobre la realidad del mundo post-banda ancha. La gente te va a dar plata si vos hacés algo potable, pero no todos te van a dar plata, ni te van a dar la plata que vos querés. Pero si sos un “artista” y te quejás porque te lee mucha gente… la verdad, dudo de tu inteligencia, además de dudar de tu ética artística. Si alguien te lee, aunque sea gratis, y le gustó lo que hiciste, es bastante probable que compre tu próxima obra (la gente en general, es buena. Sí, señor juez, me atengo a esa declaración) o que al menos se lo sugiera a otro.
  
Ésa es la piedra angular de la economía actual de los ebooks. Dale algo gratis a alguien, y rezá para que te pague por lo siguiente. Es como los vendedores de droga pero con un producto menos científicamente probado como adictivo.

Convencido de este hecho simple, decidí unirme a KDP Select. Este programa es básicamente un arma buenísima para Amazon. Básicamente, si ponés tu libro en KDP Select, le das exclusividad de venta de tu ebook a Amazon por al menos 3 meses y a cambio Amazon se lo ofrece como “préstamo” a sus usuarios “Prime”y te paga un porcentaje por ese préstamo. Hasta acá, beneficia a Amazon más que nada, ya que le caga el negocio a Barnes and Noble, Smashwords, etc. Pero la realidad es que tenía mi libro en Smashwords y todas sus plataformas asociadas y no había vendido nada. En Amazon por lo menos había vendido uno. Así que me anoté por 3 meses en KDP Select, cuyo beneficio principal es poder hacer promociones, o sea, ofrecer tu libro gratis por 5 días en el lapso de esos 3 meses. Ésta es el arma secreta.
  
Básicamente, la gente te va a comprar en Amazon si te encuentra. Y si tu libro está en la sección “ciencia ficción” pero en el puesto 5892, es medio jodido que te encuentren. La gente se cansa de darle a “next”y generalmente se enfoca en los libros que están entre los primeros 50, o a lo sumo 100, de cada género. Para lograr subir puestos, es necesario generar visibilidad. Y para eso, nada mejor que generar ruido, logrando que mucha gente descargue tu libro. De esa manera, ofrecí mi libro gratis por dos días seguidos, y tuve unas 30 descargas gratuitas. Y después viene la magia. Por algún motivo que aún no comprendo bien, después de un período de regalar tu libro, tus ventas aumentan. Una de dos: o alguien ve tu libro entre los libros gratuitos y llega tarde a la oferta y termina comprándolo, o simplemente, la visibilidad queda latente en la mente de algunos usuarios y al ver tu libro de nuevo, lo compran. No sé, la gente es rara. Pero después de regalar 30 libros, vendí 5. O sea, mucho más de lo que habría vendido si no hacía nada. Al ponerlo gratis y lograr bastantes descargas, mi libro se catapultó a los primeros 50 libros del ranking de libros gratuitos en español de Amazon US y Amazon ES. Y después de que la gente comprara mi libro varias veces, empecé a subir en el ranking de libros pagos.

 Acá aclaro el título de mi post: después de ofrecer mi libro un par de veces más, y lograr vender unos 30 en total, logré subir en los rankings de libros pagos hasta el n° 2 de libros (de ciencia ficción y fantasía, no del ranking general. Si no, ya tendría más plata) de Amazon España. Eso duró un día, más o menos. Básicamente, Amazon es una montaña rusa. Cuando vendés un libro, se pone re contento el duende (algoritmo para los nerds) que calcula qué tan interesante es tu libro, y se pega un viaje lisérgico hasta un puesto alto en el ranking. Después, le pega la depresión post-droga, y al ver que al día siguiente no te compraron nada, se copa con otro libro y se olvida de vos, haciéndote caer. Es medio raro, y no sé si es del todo justo, pero funciona bien para que los rankings no se estanquen y para que gente como yo pueda, aunque sea por poco tiempo, escalar posiciones y ganar visibilidad. Lo que pasa es que es un trabajo contínuo mantenerse en un puesto alto.
  
Pero al menos por un día, estuve justo debajo de Tolkien en el ranking y arriba de Asimov, así que con eso casi que puedo morir en paz. Ah, no, tengo que seguir escribiendo esta columna… bueno, dénme una semana y sigo con la parte 3: Así fue como empecé a aprender el negocio de vender

 

 

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Así fue como llegué a publicar (parte 1)

3/4/2012

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El camino a la publicación es, para cualquier escritor, un camino mayormente solitario y más o menos tortuoso. Hago esta afirmación con confianza pero sólo asumo que es así, ya que como la mayoría de los autores no comparten sus experiencias iniciáticas una vez que llegan a ser autores reconocidos, el núbil escritor tiene pocos asideros a su alrededor que le digan si está sólo en su lucha, si otros han hecho lo mismo y los ha llevado al éxito, si otros han pasado por las mismas tribulaciones o si un Alan Pauls o un Ian McEwan (por nombrar dos autores completamente al azar) surgen como “nombres de marca” de escritor por efecto de un proceso largo y arduo o si surgen de un repollo metafísico-literario que con ritmo de relojería produce escritores famosos y los escupe al mercado.

Por eso, y sin creer que mi experiencia sea la más ejemplar, les voy a contar en esta serie de artículos cómo fue mi camino a la publicación (que es siempre un proceso, nunca se puede decir que “llegaste” y tu trabajo está terminado. A menos que escribas algo que apele al mínimo común denominador de los lectores como “Twilight” y tengas más marketing que horas de escritura. Pero estoy divagando, así que mejor cierro el paréntesis).

¿Qué me habilita a darle consejos a otros? Nada, realmente, excepto la buena leche de querer ayudar a otros que estuvieron/están tan perdidos como yo en este camino. Eso, y haber hecho lo más importante de todo el maldito proceso. Sentarse y escribir realmente el libro que tenés en la cabeza.

Mi proceso para escribir mi novela Así fue como perdí la luz del Sol (de próxima aparición a través de una editorial muy conocida que no será nombrada por ahora para no echarme mal de ojo).

1)      Buscar un lugar cómodo para escribir y empezar a escribir.

2)      Dudar y dar vueltas con la historia durante 5 años.

3)      Terminar el puto libro.

Ése fue, más o menos, mi proceso. Pero a mi novela anterior La Colonia la escribí en un mes y estuve corrigiéndola unos cuatro meses. Así que no hay un proceso estándar, cada autor tiene su proceso, y yo soy un ferviente creyente de que, aún más, cada libro requiere un proceso completamente diferente. En eso soy medio freak, cambio de modo de planificar (o no planificar) la historia, cambio de procesador de texto o software de escritura, cambio de estilo y tono, cambio de hábitos de escritura.

No voy a hablar más del proceso de escritura en sí por ahora. Si te tomás en serio el ser un escritor, vas a encontrar tu propio método. Quizás en otro post me explaye más sobre mis métodos, pero por ahora quiero seguir con el tema de la publicación.

¿Qué hacer cuando ya terminé mi libro?

Si no lo hiciste antes de escribirlo, tenés que empezar a pensar en tu público. Deberías haberlo hecho antes, realmente. Pero bué, si no lo hiciste tampoco te vas a disparar en la pierna, no es tan grave. Pero sí es importante saber a dónde apuntar para maximizar tus posibilidades de publicación.

Lo más difícil (al menos para mí) pero lo más importante, es poder definir tu obra. Todos, excepto los más cínicos escritores mercenarios, creemos que nuestra obra tiene un valor artístico indefinible, no categorizable, supremo, no entendible para la mayoría de los lectores. Ése es el principal demonio a exorcizar de nuestra mente. A mí me tomó años. Hasta que superé mi orgullo y me puse a leer lo que decían otros escritores en desarrollo.

Poder definir tu obra en un par de párrafos, luego en una sóla oración, y luego en una o dos palabras (definir su género) es lo más difícil a veces.

Es imposible saber qué hacer con la pila de hojas impresas que tenés en la mano si no sabés a donde apuntar. No es lo mismo decir “quiero publicar esta masa de brillantes incoherencias que desafía los géneros y tiene raíces filosóficas” que decir “quiero publicar mi novela de ciencia ficción utópica”. Toda simplificación elimina matices y es injusta. Pero es absolutamente necesaria. Hay que saber qué estamos vendiendo, y para ello hay que ponerse en el lugar del lector al que le podría interesar tu novela. Nadie le compra al vendedor ambulante que duda y no está convencido de lo que vende, al que está deprimido y te mira con mala cara. Sí le comprás al que es simpático, o te hace creer que necesitás lo que tiene, o que insiste con buena cara. Por eso, lo más importante para llegar a ser publicable (más allá  de la calidad más o menos objetiva de tu obra) es a quién se le puede vender.

Mi primer error fue mandar mi novela La Colonia a un premio de literatura bastante popular en Argentina (que no será mencionado por las dudas, yo que sé). Quizás si mi obra fuera el próximo 1984 podría haber ganado ese concurso. Pero la realidad objetiva es que, viendo a los ganadores de ese premio de la última década, todos tenían algo en común: historias que más o menos reflejaban cierta realidad del país, ciertas cuestiones sociológicas o tocaban algún punto que lo hacía tener atractivo masivo. Tampoco me puse a hacer un estudio de marketing serio, pero uno se da cuenta que era una liga completamente diferente. Ni mejor ni peor, diría, pero sí hay géneros como la ciencia ficción que muy raramente ganan algún concurso “general” de literatura en el mundo. Para eso hay premios específicos por género.

Así que le había pifiado. Tampoco me iba a deprimir, mi novela era una entre cientos de candidatas, y tampoco consideraba que a esa altura de mi desarrollo como novelista (hay que ser humilde) ésa fuera mi obra cumbre, y que si fallaba con ella, no tenía nada más que hacer y debería renunciar a la idea de vivir de la escritura.

Así que me puse a ver mis opciones. Mandé un par de mails a editoriales específicas del género (sin éxito) y me di cuenta que ninguna de esas editoriales de literatura fantástica o de ciencia ficción en español recibía manuscritos. O sea, sólo editaban a gente ya conocida, el viejo juego de huevo/gallina de la industria literaria.

Entonces me decidí a probar por mi cuenta. Exploré la opción de imprimir mi libro en alguna editorial local y pagar yo los costos, pero las opciones que encontré eran caras para mi bolsillo y no me lo podía permitir, no sin alguna certeza de éxito. Otros han transitado ese camino con mayor o menor éxito, pero para mi obra, para ese libro, en ese momento, y con mi red de contactos, no era una buena idea. Lo podés hacer cuando ya tenés alguna estructura de distribución o lectores cautivos disponibles, pero yo no tenía.

Entonces me di cuenta (bah, ya lo sabía) que había mucho más mercado para ese género en EEUU y España. Y me propuse a auto publicar, por impresión a demanda y en ebook, para esos dos mercados. Así que fui a Createspace (una empresa de Amazon) a publicar mi novela para impresión a demanda para EEUU (habiendo ganado NaNoWriMo en el 2009, me daban una copia gratis de mi novela impresa) y tuve que pasar por todo el proceso de formateo para impresión, y diseño de tapa. Proceso complejo que merece otro post. Pero al final del asunto, terminé con un producto bastante profesional, que salió a la venta en EEUU por Amazon. Y después, hice lo mismo para su publicación como ebook a través de Amazon KDP (que te permite distribuir tu ebook por Amazon en todas sus tiendas online internacionales) y en Smashwords, que te permite distribuir el ebook para Barnes y Noble y su Nook Reader, para Sony con su Kobo, y en un montón de sitios más, incluso para Apple.

¡Wow, qué groso! ¿Hiciste todo eso? ¿Y cuánto vendiste?

Y ahí viene la realidad, como un muro de piedra a 200 km por ahora.

No vendí nada por un año.

Si, es bastante difícil que alguien te compre si no sos conocido. Es el mismo huevo/gallina de las editoriales.  De eso me tuve que dar cuenta. Pero! Pero! Pero por lo menos, el lector corre menos riesgo que una editorial. Y de a poco, y si uno hace ciertas cosas bien y le pone mucho trabajo, los lectores empiezan a llegar.

En el próximo post: Así fue como llegué al puesto 2 de ventas en Amazon España (y como caí estrepitosamente después)

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Disquisiciones sobre la mente femenina (1)

9/10/2011

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La convivencia trae consigo una serie de iluminaciones sobre el funcionamiento de la mente femenina. Procederé a enumerarlas a manera enciclopédica en este blog, no como queja costumbrista (espero), si no como admiración a la capacidad de las mujeres de pensar en formas completamente inesperadas e impensables para los hombres.

Aplican toda la serie de aclaraciones preliminares sobre que no todos los hombres son iguales, ni todas las mujeres tampoco. Pero que las mujeres son más parecidas entre ellas que a nosotros, no cabe la menor duda.

Hoy: Spider-Man en mi balcón

Discusión ya demasiado común desde que entré en el mágico mundo de la convivencia entre (especies)  sexos. Todas las mujeres que me rodean (no solo mi pareja, ya que esto no es un blog de queja marital) independientemente de su edad, están convencidas de que a pesar de vivir en un piso elevado (del 7 al 10, ponéle), es prácticamente una realidad indiscutible que si no cerrás a cal y canto cada persiana y ventana disponible (y si se puede electrificarla, mejor), algún tipo de maleante trepamuros inevitablemente irrumpirá en el seno familiar (incluir maleante y seno en una sola frase era tentador), para sustraer nuestros objetos valiosos.
Este mito particularmente femenino se alimenta de varias fuentes y está sustentada en supuestos bastante débiles que procederé a aclarar:
  1. En algún momento algunos pelotudos en Argentina y Uruguay robaron con esta modalidad algunos departamentos caros. Ver link.
  2. La probabilidad de que un malhechor tan original se presente en mi edificio es, por lo menos, emocionante, pero más improbable que un avión biplaza se estrelle contra mi living.
  3. Asumimos que el malviviente (ya estoy agotando los sinónimos que empiezan con "mal"), está en un estado físico envidiable, ya que yo no puedo ni bajar las escaleras, mucho menos treparme por el exterior del edificio con algún tipo de soga precaria o pelo rapunzeliano a falta de los web-shooters del hombre-araña. Si es así y lo encuentro, lo contrato de personal trainer y lo filmo para youtube.
  4. Asumiendo que aún a pesar de la improbabilidad de su visita y de su físico envidiable, tal villano estuviera interesado en sustraer mis magros bienes de clase media, asumo que sería lo suficientemente inteligente para apuntar a algún departamento más caro (le sugiero el del 1º piso, es más bajo y tienen un LCD re-copado).
  5. Si aún así estuviera tan desesperado para venir a robarme a mí, debería acarrear el equivalente en herramientas al bati-cinturón con la miniaturización de una batería de iphone. Sopletes, barras y ese tipo de cosas son notoriamente pesadas y te desbalancean si estás jugando a colgarte de un balcón.
  6. Suponiendo que el... pelotudo, digamos, porque del punto 3 al 6 se convirtió en un nabo, logra entrar a mi casa, probablemente se deprima y abra la billetera para dejarme una donación.
  7. Si además de pelotudo no tuviera corazón, magro botín se encontraría. Me lo imagino tratando de salvar la situación robándose toda mi ropa (se la tendría que poner una prenda encima de la otra, para tener las manos libres para trepar por el balcón nuevamente) y llevándose mi televisor de tubo de 20'' en la espalda. Algo parecido al de acá abajo pero más patético.
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Digamos, para terminar, que si este muchacho valiente no se mata acarreando mi televisor prehistórico 10 pisos por una soga, y además esquiva a la policía y al consorcio que para entonces ya habrían detectado al híbrido paquidérmo-arácnido colgando del edificio, ahí ya estaría confirmado, es el pobre Peter Parker que se quedó sin un mango para salir con Mary Jane (quizás se lo gastó en la otra MJ) y al pobre no le queda otra que el choreo. Vamos Peter, te presto unos zopes, total después lo recupero vendiendo el video a la tele...
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El Muro (Aguafuerte Rosarina)

5/25/2011

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Una bolsa blanca bailaba trazando firuletes sobre un sucio lienzo de tierra, en un día de otoño, o quizás no, quizás sea esa la imagen que elegí posteriormente, en la cual la estación más nostálgica haría de esta instantánea una menos chocante. Quizás fuera verano.
La bolsa navegaba las corrientes, ahí cerca, los chicos jugaban. Silenciosos, casi con miedo de llamar la atención de un mundo como bota de cuero, que solo aplasta. La pelota embarrada no pica bien, sin embargo una patada fortuita logra, en su parábola particular, atravesar el tenue (pero no menos real) muro que separa los mundos, el de la bolsa y la pelota embarrada, y el de los vecinos. Y allí deja su marca, sus gajos marcados como huellas de un caminante transversal.
Ese muro, como todos, más que separar, excluye. Se alza con ladrillos e ironía entre las casillas de los pobres del barrio y la fortaleza solitaria del Otro, vecino, extranjero en su cuadra, que con su prepotencia se ha hecho estandarte. Muro que habla, ése. Susurra paranoia y desdén, destila exclusión. No es chino ni de los lamentos, más se asemeja a esos modernos e insensatos que proliferan con el auspicio de los noticieros.
Los chicos solo imaginan el otro lado de ese muro, en el que vivirían reclusos temerosos del contagio, aferrados a sus controles remotos como cetros de nobles depuestos. Qué triste, piensan, o mejor dicho, pienso yo cuando paso por enfrente. ¿A qué costo han erigido esa contradicción, con qué singular argamasa, que hace de ellos los excluídos?
Los chicos aún no están al tanto de esas realidades, solo las intuyen, saben que las han heredado de la misma manera que heredaron ropas usadas y sueños de segunda mano. Su mundo, aún pequeño, solo conoce ese límite. Por ahora, solo lo tantean a pelotazos, menos dolorosos que los cabezazos que se pegarán en unos años. 
¿Y yo? Miro, me indigno, puteo hacia nadie en particular. Y les devuelvo la pelota de una patada.
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El caballo de la lluvia

5/13/2011

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Del otro lado del ventanal hay un caballo pastando lánguidamente bajo la lluvia. Yo, en mi silla reclinable y cómodo en el ambiente regulado por aire y detrás de vidrios aislantes, que me dejan ver hasta el límite de mi propia curiosidad, hasta que a o b o x me distraen de mi distracción premeditada y me vuelcan nuevamente al mundo detrás de los cristales, mi atención concentrada en un rectángulo luminoso que parece contener todo el mundo, pero que no lo logra. Las imágenes de caballos en la pantalla pueden ser más hermosas, más nítidas, pero cuando las miro no me da ganas de cabalgar por una llanura desconocida, si no que mi vista se va de nuevo hacia afuera, y miro el más terrenal, triste e indistinguible caballo color trapo de piso que sin embargo parece más libre que todos nosotros acá adentro. Pero no debe ser más que una ilusión. Por más que no esté encerrado, por más verde que tenga alrededor, no puede escapar, no piensa en la libertad, espera paciente a su dueño que lo vendrá a buscar para ponerlo a trabajar. Está encerrado en el mundo del hombre, y quizás ni en la soledad pueda ya ser libre. Y por eso salgo a la hora de comer y me siento a mirarlo, deseando poder trepar el alambrado y acariciar su morro, y prometerle al oído en voz baja que un día él y yo nos iremos de aquí.
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¿Para qué escribo?

5/1/2011

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Todo es narrativa, y donde uno encuentra una buena historia, tiene casi como imperativo estético compartirla con los demás, sea un mero chiste, una novela magnífica, una canción, la trama o la emoción suscitada por un videojuego, un cómic, una serie de televisión o una película.

En términos más generales, uno escribe porque necesita en alguna medida hacerlo, y porque cree/espera/reza que haya alguien que lo lea, en algunos casos por el ego, en la mayoría de los otros, por la sensación de comunidad que trae el saberse escuchado.


Para eso escribo. Y por la misma razón, vos estás leyendo.
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