La gente me solía preguntar:
‘¿Vos qué hacés?’ o ‘¿A qué te dedicás?’
Mi respuesta durante mucho tiempo sonó a disculpa:
‘Trabajo en una empresa, pero en realidad soy escritor’
Y a veces ‘la gente’, ese horrible, horrible colectivo indiscriminado, encuentra en algún lado de su mente la cortesía o el interés mínimo para preguntarte ‘¿qué escribís?’ y ahí yo les decía algo que también sonaba a excusa, como ‘estoy escribiendo una novela, muy compleja, sobre el sentido de la vida y blablabla,’ donde blablaba es el punto en el que la gente deja de escuchar. O quizás antes y no me di cuenta.
Ahora ya no siento que sea una disculpa. Invertí las cosas y ahora les explico lo que hago. Principalmente ese cambio tiene que ver con dejar las excusas. Para dejar de disculparse por la vida que uno no tiene pero que íntimamente desea, hay que tomar las acciones que nos lleven a su consecución.
Seguramente si uno agarra un tamiz y empieza a filtrar los deseos de los otros, encuentra que detrás de los verbos y la enunciación exaltada no hay nada. La mayoría de la gente no desea, o desea poco. Hablo del deseo en el sentido movilizador que orienta la vida, siguiendo a Deleuze, una voluntad de poder a la manera de Nietzsche, que es la voluntad de vivir y perseverar en el ser. O, si te resulta más fácil, es la fuerza de voluntad o la energía verde de Linterna Verde. Creo que ahí cubrí varios grupos demográficos como para que se entienda lo que quiero decir.
El verdadero deseo es lo que nos permite orientarnos. Un depresivo tiene una carencia de deseo. Desear es lo que nos hace salir a la calle, comer, revolcarnos. El objeto del deseo a veces es lo que tenemos delante, pero otras veces está muy lejos, y aunque no lo veamos, trabajamos y nos movemos hacia ello.
Empecé hablando de las excusas porque es lo más fácil de hacer. Uno obstaculiza su deseo llenándolo de contenidos vacuos, de obstáculos, de inseguridades, de todo eso que no aceptamos que forma parte de nuestro ser íntimo, entonces nos corremos un poquito de lugar y decimos: No, eso no es para mí. Eso es para los otros. Es lo que hay.
No hay más mierda que la mierda mediocre que nos lleva a pensar que ‘Es lo que hay’. Esa es la expresión de cabecera de mucha gente en Argentina (mi país) que se acostumbró, en base a algunas vivencias propias pero mayormente a un sojuzgamiento cultural enorme, a que la realidad es la única posible. A que no existe ‘el mejor de los mundos posibles’, o que si está, alguien se lo afanó o posiblemente lo pervirtió convirtiéndolo en una disneylandia para esquizofrénicos.
Es muy lindo tener obstáculos químicamente puros. Decir ‘me falta plata para esto’ o‘tengo que sacarme una buena nota’, es algo proactivo. Pero pensar que algo que uno desea en realidad no lo desea tanto, o que es complicado hacerlo, o que no podemos porque eso sólo le pasa a los demás, eso es mierda derrotista, y contra esa mierda es difícil ganar. Hay que vencer la propia pelotudez antes de poder ganar.
Después está la mierda que te dan los otros. Que te dicen ‘¿Quién te creés que sos?’. Generalmente, la gente que pregunta eso no tiene ni la más puta idea de quiénes son ellos mismos. El que sabe quién es y adónde apunta no tiene dudas de que los demás también tienen sueños, y que a lo mejor no son tan inútiles como parecen, porque después de todo, uno tampoco es una maravilla.
Pero sea la mierda que fuere, hay que perseverar en lo que uno quiere. No hay nada a qué temer, porque si uno hace lo que realmente desea, no hay forma de fracasar. Me podés replicar: ‘si deseo tirarme en paracaídas, y me falla y me hago torta, bueno, fracasé’. En realidad no, estás equivocado. Una cosa está completamente disociada de la otra. Sé feliz, adoptá el cliché. El minuto y medio que volaste antes de hacerte torta contra el suelo a 300 km/h fuiste más feliz que en toda tu vida.
Por eso ahora cuando la gente me pregunta qué hago, le digo ‘escribo’, sin dar más explicaciones. Que las explicaciones las busquen ellos, y que también encuentren el verbo propio que encapsula su deseo.
Todo lo demás, como ya dije, es mierda.
‘¿Vos qué hacés?’ o ‘¿A qué te dedicás?’
Mi respuesta durante mucho tiempo sonó a disculpa:
‘Trabajo en una empresa, pero en realidad soy escritor’
Y a veces ‘la gente’, ese horrible, horrible colectivo indiscriminado, encuentra en algún lado de su mente la cortesía o el interés mínimo para preguntarte ‘¿qué escribís?’ y ahí yo les decía algo que también sonaba a excusa, como ‘estoy escribiendo una novela, muy compleja, sobre el sentido de la vida y blablabla,’ donde blablaba es el punto en el que la gente deja de escuchar. O quizás antes y no me di cuenta.
Ahora ya no siento que sea una disculpa. Invertí las cosas y ahora les explico lo que hago. Principalmente ese cambio tiene que ver con dejar las excusas. Para dejar de disculparse por la vida que uno no tiene pero que íntimamente desea, hay que tomar las acciones que nos lleven a su consecución.
Seguramente si uno agarra un tamiz y empieza a filtrar los deseos de los otros, encuentra que detrás de los verbos y la enunciación exaltada no hay nada. La mayoría de la gente no desea, o desea poco. Hablo del deseo en el sentido movilizador que orienta la vida, siguiendo a Deleuze, una voluntad de poder a la manera de Nietzsche, que es la voluntad de vivir y perseverar en el ser. O, si te resulta más fácil, es la fuerza de voluntad o la energía verde de Linterna Verde. Creo que ahí cubrí varios grupos demográficos como para que se entienda lo que quiero decir.
El verdadero deseo es lo que nos permite orientarnos. Un depresivo tiene una carencia de deseo. Desear es lo que nos hace salir a la calle, comer, revolcarnos. El objeto del deseo a veces es lo que tenemos delante, pero otras veces está muy lejos, y aunque no lo veamos, trabajamos y nos movemos hacia ello.
Empecé hablando de las excusas porque es lo más fácil de hacer. Uno obstaculiza su deseo llenándolo de contenidos vacuos, de obstáculos, de inseguridades, de todo eso que no aceptamos que forma parte de nuestro ser íntimo, entonces nos corremos un poquito de lugar y decimos: No, eso no es para mí. Eso es para los otros. Es lo que hay.
No hay más mierda que la mierda mediocre que nos lleva a pensar que ‘Es lo que hay’. Esa es la expresión de cabecera de mucha gente en Argentina (mi país) que se acostumbró, en base a algunas vivencias propias pero mayormente a un sojuzgamiento cultural enorme, a que la realidad es la única posible. A que no existe ‘el mejor de los mundos posibles’, o que si está, alguien se lo afanó o posiblemente lo pervirtió convirtiéndolo en una disneylandia para esquizofrénicos.
Es muy lindo tener obstáculos químicamente puros. Decir ‘me falta plata para esto’ o‘tengo que sacarme una buena nota’, es algo proactivo. Pero pensar que algo que uno desea en realidad no lo desea tanto, o que es complicado hacerlo, o que no podemos porque eso sólo le pasa a los demás, eso es mierda derrotista, y contra esa mierda es difícil ganar. Hay que vencer la propia pelotudez antes de poder ganar.
Después está la mierda que te dan los otros. Que te dicen ‘¿Quién te creés que sos?’. Generalmente, la gente que pregunta eso no tiene ni la más puta idea de quiénes son ellos mismos. El que sabe quién es y adónde apunta no tiene dudas de que los demás también tienen sueños, y que a lo mejor no son tan inútiles como parecen, porque después de todo, uno tampoco es una maravilla.
Pero sea la mierda que fuere, hay que perseverar en lo que uno quiere. No hay nada a qué temer, porque si uno hace lo que realmente desea, no hay forma de fracasar. Me podés replicar: ‘si deseo tirarme en paracaídas, y me falla y me hago torta, bueno, fracasé’. En realidad no, estás equivocado. Una cosa está completamente disociada de la otra. Sé feliz, adoptá el cliché. El minuto y medio que volaste antes de hacerte torta contra el suelo a 300 km/h fuiste más feliz que en toda tu vida.
Por eso ahora cuando la gente me pregunta qué hago, le digo ‘escribo’, sin dar más explicaciones. Que las explicaciones las busquen ellos, y que también encuentren el verbo propio que encapsula su deseo.
Todo lo demás, como ya dije, es mierda.