Los Libros Mutantes
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Superficie o profundidad en el arte? Mejor, grosor.

7/10/2013

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Hoy pensaba en la falsa dicotomía entre la superficialidad y la profundidad. Digo falsa porque es cansina, porque ya son lugares comunes de la cultura en todos los campos, pero hace tanto que dejaron de tener sentido en el mundo literario que ya casi volvieron a ser utilizables.


¿Qué digo?
Que decir: "tal obra de arte es superficial" o decir lo mismo sobre su profundidad es algo antiguo pero que ilustra algunas dimensiones del arte. A ver...
Algo superficial es lo que no aparenta ser otra cosa que lo que es. Definición complicada para algo que es de sentido común, o al menos de uso común, para todos nosotros. Esto, en el nivel textual, sería por ejemplo el de un personaje "plano" o unidimensional, que tiene una única motivación y sin contradicciones internas. Es, por ejemplo, el caso del héroe clásico (por clásico me refiero a idealizado, no porque pertenezca a tal o cual época).
Lo profundo es aquello que remite a otra cosa que no aparenta excepto por una operación de analogía o contraste. Es, por ejemplo, el caso del héroe con fallas, del antihéroe o del personaje típicamente bidimensional. Ejemplo de esto es Spider-man (comparado con la motivación más lineal de los héroes más clásicos como el Fantasma o Superman) que tiene unas cuantas contradicciones, sentimientos y motivaciones cruzadas.


Y... ¿hasta ahí llega la cosa?
No, pero sin desmerecer lo superficial ni lo profundo, creo que hay otro nivel textual (o del personaje, que a fin de cuentas son lo mismo) que es el del volumen, lo tridimensional. Para oponerlo mejor a lo anterior, es más descriptivo decir que es algo con grosor. No sólo un libro puede ser grueso (o grosso) también una obra en sí puede ser voluminosa en sentido textual y no físico. Es lo que tiene superficie, profundidad y otro nivel más, una dimensión extra. Puede ser una meta-narrativa, una linea argumental que tiña el resto de la obra en otros tonos al leerlo con cuidado, o meramente la densidad del texto (en sentido no peyorativo sino en cuanto a la proliferación de sentidos).

A partir de estos tres conceptos, se puede hacer una taxonomía de las obras artísticas y literarias. Creo que hasta sirve para medir el nivel artístico de la misma, pero eso lo dejo para un futuro.
En términos simples, sería algo así;
La obra plenamente (o mayormente) superficial es aquella en la que la acción es exactamente lo que parece, donde no hay motivaciones complejas o interpelaciones al lector más allá de los sentimientos más superficiales (los más fáciles de evocar). Ya no quedan muchas obras 100% superficiales, más por razones estéticas y de progreso del nivel de complejidad de las narrativas a las que está acostumbrado el público (debido a la TV y el cine en gran medida). La mayoría de la literatura y arte actuales tiene, por más superficial que sea, una buena dosis de profundidad porque sin ella no sobrevivirían en el mercado. Ni siquiera los libros para chicos son superficiales. De hecho, como todos sabemos, las proliferaciones de sentido en ellos han sido hasta más comunes que en obras para "adultos".
La obra "profunda" sigue viva, pero es casi una farsa de sí misma. Abunda en la escritura de autores autodenominados "serios" pero que además de aburrir, son banales. Es hasta preferible un autor que sea más superficial que profundo, ya que en la superficialidad a veces hasta uno se divierte más. Pero si alcanza un buen balance de superficie y profundidad, puede llegar a ser un libro legible, si no bueno.
Por último, el libro con grosor como factor predominante tiende a ser algo monumental y tremendamente aburrido. El límite del grosor  sería la proliferación de signos de una guía telefónica. Entre eso y un libro de Thomas Pynchon hay un mundo entero, y Pynchon es un buen exponente de un autor que logra ser superficial, profundo y grosso al mismo tiempo. Ahí quería llegar, que es a que un libro (o arte, o...) excelente tiene que ser las tres cosas. Tiene que ser simple y directo como un jab a la mandíbula, con una trama que en el fondo sea una línea recta, aunque las vueltas del camino la hagan parecer enrevesada. Debe ser profunda porque tiene que contener una corriente subterránea que apoye, contradiga o diga algo sobre la trama principal o su desarrollo. Y debe tener grosor, porque es lo que le da validez a sus pretensiones artísticas. Puede ser una cuestión meramente estética o tener que ver con la verdad de la obra (que en muchos casos es metatextual o paratextual, como en Slaughterhouse-Five de Kurt Vonnegut, cuyas verdades están en sus tres dimensiones, y alrededor del texto) pero, en el arte como en la vida, la Verdad! (con mayúscula, negrita y todo) no es superficial ni tan profunda, sino un entramado complejo y cuatridimensional (el cuarto elemento es obviamente el tiempo, o mejor dicho, la relación entre el tiempo de la obra y el del mundo que habita el libro, o en resumen, lo que dice sobre su época o sobre otras épocas reales o imaginarias) en el cual sólo la inmersión completa en las condiciones de verdad de la obra nos pueden iluminar un poco y hacer ver, o entrever, algo, una pizca de lo bello.

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El Muro (Aguafuerte Rosarina)

5/25/2011

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Una bolsa blanca bailaba trazando firuletes sobre un sucio lienzo de tierra, en un día de otoño, o quizás no, quizás sea esa la imagen que elegí posteriormente, en la cual la estación más nostálgica haría de esta instantánea una menos chocante. Quizás fuera verano.
La bolsa navegaba las corrientes, ahí cerca, los chicos jugaban. Silenciosos, casi con miedo de llamar la atención de un mundo como bota de cuero, que solo aplasta. La pelota embarrada no pica bien, sin embargo una patada fortuita logra, en su parábola particular, atravesar el tenue (pero no menos real) muro que separa los mundos, el de la bolsa y la pelota embarrada, y el de los vecinos. Y allí deja su marca, sus gajos marcados como huellas de un caminante transversal.
Ese muro, como todos, más que separar, excluye. Se alza con ladrillos e ironía entre las casillas de los pobres del barrio y la fortaleza solitaria del Otro, vecino, extranjero en su cuadra, que con su prepotencia se ha hecho estandarte. Muro que habla, ése. Susurra paranoia y desdén, destila exclusión. No es chino ni de los lamentos, más se asemeja a esos modernos e insensatos que proliferan con el auspicio de los noticieros.
Los chicos solo imaginan el otro lado de ese muro, en el que vivirían reclusos temerosos del contagio, aferrados a sus controles remotos como cetros de nobles depuestos. Qué triste, piensan, o mejor dicho, pienso yo cuando paso por enfrente. ¿A qué costo han erigido esa contradicción, con qué singular argamasa, que hace de ellos los excluídos?
Los chicos aún no están al tanto de esas realidades, solo las intuyen, saben que las han heredado de la misma manera que heredaron ropas usadas y sueños de segunda mano. Su mundo, aún pequeño, solo conoce ese límite. Por ahora, solo lo tantean a pelotazos, menos dolorosos que los cabezazos que se pegarán en unos años. 
¿Y yo? Miro, me indigno, puteo hacia nadie en particular. Y les devuelvo la pelota de una patada.
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El caballo de la lluvia

5/13/2011

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Del otro lado del ventanal hay un caballo pastando lánguidamente bajo la lluvia. Yo, en mi silla reclinable y cómodo en el ambiente regulado por aire y detrás de vidrios aislantes, que me dejan ver hasta el límite de mi propia curiosidad, hasta que a o b o x me distraen de mi distracción premeditada y me vuelcan nuevamente al mundo detrás de los cristales, mi atención concentrada en un rectángulo luminoso que parece contener todo el mundo, pero que no lo logra. Las imágenes de caballos en la pantalla pueden ser más hermosas, más nítidas, pero cuando las miro no me da ganas de cabalgar por una llanura desconocida, si no que mi vista se va de nuevo hacia afuera, y miro el más terrenal, triste e indistinguible caballo color trapo de piso que sin embargo parece más libre que todos nosotros acá adentro. Pero no debe ser más que una ilusión. Por más que no esté encerrado, por más verde que tenga alrededor, no puede escapar, no piensa en la libertad, espera paciente a su dueño que lo vendrá a buscar para ponerlo a trabajar. Está encerrado en el mundo del hombre, y quizás ni en la soledad pueda ya ser libre. Y por eso salgo a la hora de comer y me siento a mirarlo, deseando poder trepar el alambrado y acariciar su morro, y prometerle al oído en voz baja que un día él y yo nos iremos de aquí.
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¿Para qué escribo?

5/1/2011

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Todo es narrativa, y donde uno encuentra una buena historia, tiene casi como imperativo estético compartirla con los demás, sea un mero chiste, una novela magnífica, una canción, la trama o la emoción suscitada por un videojuego, un cómic, una serie de televisión o una película.

En términos más generales, uno escribe porque necesita en alguna medida hacerlo, y porque cree/espera/reza que haya alguien que lo lea, en algunos casos por el ego, en la mayoría de los otros, por la sensación de comunidad que trae el saberse escuchado.


Para eso escribo. Y por la misma razón, vos estás leyendo.
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